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El patriarcado en las relaciones sociales sexistas y violentas

RC: 123387
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CONTEÚDO

ARTÍCULO DE REVISIÓN

ABREU, Liliane Alcântara de [1], NUNES, Letícia Monteiro [2], SOARES, Pamela Cristina [3], REHDER, Giovanna de Souza [4], MELO, Natalia Sayuri [5], SILVA, Gabriella Braga Dias da [6], MENDES, Matheus Passos [7]

ABREU, Liliane Alcântara de. Et al. El patriarcado en las relaciones sociales sexistas y violentas. Revista Científica Multidisciplinar Núcleo do Conhecimento. Año. 07, ed. 04, vol. 04, pág. 21-45. Abril 2022. ISSN: 2448-0959, Enlace de acceso: https://www.nucleodoconhecimento.com.br/psicologia-es/relaciones-sociales

RESUMEN

Este artículo tuvo como objetivo revisar el marco teórico sobre el patriarcado para una mejor comprensión de sus orígenes, su funcionamiento y las consecuencias en las relaciones sociales sexistas y la violencia de género. La pregunta orientadora se basó en la siguiente pregunta: ¿la naturalización de las reglas y relaciones sociales del comportamiento patriarcal actúa en la perpetuación de las imposiciones de dominación, violencia y discriminación sexista? Así, el objetivo general se basó en comprender cómo el comportamiento de juicio de valor patriarcal puede impactar en las relaciones sociales opresivas y sexistas. La hipótesis se basó en el supuesto de que cuanto más etnocéntrica y cargada de prejuicios y discriminación sea una sociedad, más relaciones de machismo y opresión inculcará en los individuos. Como metodología, el artículo se basó en la autora Liliane Abreu (2022), pero agrega otros levantamientos de revisión bibliográfica para la discusión teórica, y con base principal en Everardo Rocha (2006) y Silvia Lane (2006), pero citando a otros autores . Como resultado y conclusión, se entendió que existe la necesidad de discutir y reflexionar socialmente sobre la cuestión del género en la relación entre opresor y oprimido, ya que este está intrínsecamente relacionado con los orígenes del juicio y aprendizaje de valores etnocéntricos ​y el fortalecimiento de contextos patriarcales, de yugo y violencia.

Palabras clave: Cultura, Psicología Social, Sexismo, Sociedad, Violencia.

1. INTRODUCCIÓN

Este artículo tuvo como objetivo revisar el marco teórico sobre el patriarcado para una mejor comprensión de sus orígenes, su funcionamiento y las consecuencias en las relaciones sociales sexistas y la violencia de género. El artículo se basó en la obra “Silenciadas: o universo da violência sexual intrafamiliar” de la autora Liliane Abreu (2022), que es el resultado de una investigación profunda con siete víctimas de violencia sexual intrafamiliar. Además, la escritora hace un recorrido por las construcciones sociales e históricas, comportamentales, psicopatológicas y psicológicas que se originan desde el patriarcado y dan lugar a comportamientos sexistas y sexistas basados ​​en relaciones de poder, y en consecuencia, en la violencia generalizada -incluidas las sexuales intrafamiliares-. que atraviesan los siglos.

Varios otros autores fueron mencionados en este artículo, teniendo potencialmente el marco teórico de Silvia Lane (2006) desde la perspectiva de la Psicología Social, y unido a un breve recorte de Antropología utilizando Everardo Rocha (2006), permitiendo una lectura analítica más contundente sobre el comportamiento sexista social con fundamentos en el patriarcado. Cabe mencionar que los fundamentos antropológicos son en gran medida agregados a la Psicología Social, ya que la primera estudia profusamente los orígenes, la evolución, las costumbres sociales y el desarrollo humano generalizado (físico, material y/o cultural), y abarca también a la Psicología misma, produciendo un movimiento para complementar el conocimiento simbiótico.

La pregunta orientadora se basó en la siguiente pregunta: ¿la naturalización de las reglas y relaciones sociales del comportamiento patriarcal actúa en la perpetuación de las imposiciones de dominación, violencia y discriminación sexista? Así, el objetivo general se basó en comprender cómo el comportamiento de juicio de valor patriarcal puede impactar en las relaciones sociales opresivas y sexistas. Como consecuencia, surgió la necesidad de ceñirse a objetivos específicos, que se desarrollaron en comprender cómo los valores y creencias culturales e históricos socialmente aprendidos pueden normalizar comportamientos y pensamientos, así como, comprender cómo el etnocentrismo puede impactar negativamente en una sociedad con parámetros opresores. En este sentido, se planteó el supuesto de que cuanto más etnocéntrica y cargada de prejuicios y discriminación sea una sociedad, más relaciones de machismo y opresión inculcará en micro (familias) o macro (comunidades) individuos y grupos.

Como metodología, la investigación se basó en encuestas de revisión bibliográfica para la discusión teórica. Para comprender brevemente los comportamientos sociales y las construcciones y consecuencias del patriarcado, además de los autores mencionados como Liliane Abreu (2022), Sílvia Lane (2006) y Everardo Rocha (2006), se traen en este artículo otros teóricos de una investigación nacional e internacional con las investigadoras Liliane Abreu y Natália Melo a finales de 2021, y con calendario de publicación en formato libro hasta mediados de 2022, por la editorial Sagarana, de Portugal. La investigación se centró en el denominado “Complejo de Casandra”, que es la enfermedad del conocimiento y de los profesionales del conocimiento frente al negacionismo y la alienación social.

Durante las investigaciones y entrevistas posteriores, los dos autores identificaron y entendieron que la columna vertebral del problema también está en la construcción y fortalecimiento secular del patriarcado. Por lo tanto, una pequeña parte del marco teórico de los autores podría ayudar en este artículo, como los factores históricos y filosóficos sustentados por escritores como Zygmunt Bauman (2008a; 2008b; 2009), Philippe Ariès y Georges Duby (2009), Jacques Dalarun (1993), Shulamith Shahar (1983), Silvia Federici (2017), Michel Foucault (1978; 1988; 2001), Daniela Arbex (2013), María Dzielska (2004), Barbara Hanawalt (1986; 1988; 1999; 2007), Rosalie David (2007), María Houston (1996); Margaret Leah King (1976; 1981; 1991), Marty Williams y Anne Echols (2000), Marisa Rey-Henningsen (1994), Gustav Henningsen (2010) y Roque Laraia (2007).

Se cita a Josiel Carvalho (2017) sobre la cuestión de la legítima defensa del honor, mientras que Olga Tellegen-Couperus (1993) también es llevada al refuerzo de las Leyes romanas formateadas en orígenes patriarcales, luego reforzadas por la Legenda Áurea de Jacopo de Varazze ( 2003) ) en el siglo XIII y que se incluyeron en el ejercicio del derecho en todo Occidente desde la antigüedad hasta la época contemporánea, y que precipitan con mayor intensidad el sexismo y la violencia contra la figura femenina. Sobre la violencia, Claudia Oshiro (2017) y datos del gobierno brasileño también a través de Cíntia Engel [S.I.], apuntan a un mayor número de agresiones provenientes del ámbito familiar. Finalmente, Ilza Veith (1965), Juan-David Nasio (1991) y James Hillman (1984) también son traídos por el espectro sexista de la histeria socialmente situada como una enfermedad femenina de la mujer que está loca. Y es este tema el que será desarrollado en este artículo.

2. LOS ORÍGENES DEL PATRIARCADO EN LA RELIGIOSIDAD

En el libro “Silenciadas: o universo da violência sexual intrafamiliar” (ABREU, 2022), su autora presenta abiertamente este tema, que es tratado como un tabú social y que aún culpabiliza a las víctimas. Su objetivo se basó en la apertura del debate más contundente en muchas sociedades sobre esta demanda y que tiene su origen en las relaciones de poder del patriarcado. Por ello, la narrativa del libro aborda puntos como la cultura de la violación, el análisis de los perfiles psicológicos, psicopatológicos y conductuales de los agresores, víctimas y familiares/conocidos, y otros aspectos relevantes de este universo.

Ella explica por qué algunas madres se ocupan de la seguridad de las víctimas y otras no; por qué las personas cercanas (incluso las mujeres) atacan a las víctimas etiquetándolas de culpables y protegiendo a los agresores. Además, la escritora rastrea el comportamiento de las enfermedades multifactoriales de las víctimas e incluso cómo reaccionan determinados profesionales de la psicología y de la asistencia social implicados ante la demanda de violencia sexual.

Para ello, la autora se acercó a más de 5 millones de mujeres en grupos cerrados de redes sociales que comenzaron a describir brevemente sus casos intrafamiliares. Sin embargo, cuando se les pidió que participaran en una entrevista de investigación sobre el tema, estas personas se volvieron aburridas y se retiraron, y posteriormente negaron la invitación. Sin embargo, esto resultó ser un dato de comportamiento extremadamente importante. Y aun con los pocos, pero siete informes puntuales y densos obtenidos, dos de ellos tardan más de un año en que las víctimas puedan hablar por primera vez de lo que les sucedió. (ABREU, 2022)

Se llevaron al trabajo los levantamientos teóricos realizados como base sobre las construcciones sociales, históricas, comportamentales, psicopatológicas y psicológicas que dan origen al patriarcado y dan lugar a comportamientos sexistas y sexistas basados ​​en relaciones de poder -y en consecuencia, en la violencia generalizada-] para que legos, víctimas y profesionales puedan comprender las cadenas que llevan a sociedades enteras al silenciamiento y perpetuación de conductas sexistas, sexistas y violentas (ABREU, 2022). Son precisamente estos orígenes patriarcales y desmembramientos seculares los que son relevantes en este artículo.

Abreu (2022) inicia su libro presentando que todo se origina en las narrativas de la religiosidad, independientemente de la ubicación geográfica de un pueblo. Los registros mitológicos están llenos de indicaciones para la conducta social, especialmente aquellas que desencadenan comportamientos de yugo, y la gente incluso en tiempos remotos tendía a seguir los ejemplos de estos íconos de poder representados en los dioses, musas, guerreros y héroes. El filósofo Zygmunt Bauman (2008a; 2008b; 2009), por ejemplo, narra que aún hoy las personas construyen sus comportamientos -incluyendo la percepción de lo que es ser feliz- a partir de la repetición conductual de las escalas de clases más altas y de los individuos que tienen mayor visibilidad sociales.

Esto se puede ver en un trabajo de investigación analítica de Abreu et al. (2022) con algunos influencers digitales y sus seguidores, en el que se identificó que existiría una simbiosis narcisista social impulsada por el miedo a la exclusión y la invisibilidad, pero precipitada por el intenso discurso de qué es la felicidad. Este comportamiento genera en los seguidores la comprensión psíquica y las acciones conductuales de reproducción que pueden tender, en ciertos casos, a sustentarse también en discursos meritocráticos. Hacer este paralelismo es importante, ya que varios autores están de acuerdo, y esto se puede ver en la práctica en la descripción de la investigación de Abreu et al. (2022) –, que las sociedades en general son efectivamente impulsadas y alentadas a consumir una determinada forma de vida, y las religiones son los primeros estabilizadores organizativos de la conducta social. Es de los fundamentalismos religiosos de donde surgen también las mayores conductas vinculadas al prejuicio y la discriminación, y que hieren profundamente a individuos y grupos sociales.

Según Abreu (2022), los récords mundiales de varios pueblos muestran esta relación de poder y yugo, y la cultura de la violación está muy presente, lo que delimita un mensaje social muy preciso de humillación a la víctima. Esta puede venir en forma de violencia física y/o sexual propiamente dicha, pero velada en bromas machistas y misóginas, en ataques morales, en manipulación psicológica, o incluso en la conducta de daño económico/patrimonial que mantiene a la persona en constante dependencia. Estos procesos de alienación pueden presentarse de diferente intensidad dependiendo de la cultura local de cada grupo social. En este sentido, Laraia (2007; apud ABREU, 2022) afirma que la diversidad cultural es una consecuencia condicionada de las diferencias en el medio físico. Por lo tanto, la cultura moldeada por los contextos humanos actúa como catalizador de ciertos patrones de aprendizaje conductuales en una sociedad. (ABREU, 2022)

En este punto, se puede recordar el trabajo de las investigadoras brasileñas Liliane Abreu y Natália Melo, con la publicación a mediados de 2022 de los resultados en formato de libro que llevará por título “El Complejo de Cassandra: la enfermedad del saber frente a una sociedad alienada y negacionista”, de la editorial Sagarana (Portugal). Como ya se mencionó brevemente en la introducción de este artículo, la investigación se centró en el llamado “Complejo de Casandra”, que es la enfermedad psíquica de los profesionales con experiencia específica y resultante de comportamientos socialmente alienantes que se oponen a los conocimientos básicos y generalmente científicos evidencia. Lo que al principio parecía ser solo una investigación psicopatológica de la enfermedad social generalizada, se expandió a la comprensión de los orígenes ancestrales que apuntaban al patriarcado. Esta comprensión terminó reforzando los contenidos iniciales de Abreu (2022) en su otra obra del libro “Silenciadas”, y que a pesar de ser diferentes los objetos de estudio, terminaron entremezclándose en una red compleja por su origen y fortalecimiento secular desde patriarcado hasta la contemporaneidad.

Por lo tanto, es apropiado presentar en este artículo algunos y muy breves indicadores históricos planteados por Liliane Abreu y Natália Melo de esa trayectoria patriarcal para la construcción de comportamientos sexistas, sexistas, misóginos e incluso homófobos y racistas. El contenido original es bastante extenso, pero vale la pena traer aquí un pequeño recorte.

Los historiadores David (2007) y Veith (1965) describen que fue en el Antiguo Egipto, a través del Papiro Kahun (alrededor de 1900 aC), que apareció la primera referencia a la histeria como una mención de una enfermedad femenina que se origina en el útero: Hystera, más tarde bautizado por los griegos y que significa útero- y que los antiguos vinculaban directamente a una supuesta locura femenina. Este documento se manifestó en el período de transición de varias culturas matriarcales antiguas al formato patriarcal.

La violencia efectiva derivada de esta transición que comenzó a proporcionar el yugo e invisibilizar el papel de la mujer en aquellas sociedades ancestrales, se potenció a lo largo de los siglos, especialmente con la expansión de los dogmas y conductas romanas. Cabe señalar que Roma se construyó mediante el secuestro y violación colectiva de las sabinas (ABREU, 2022) y mediante la imposición de la fuerza, la destrucción y el miedo a otras culturas y civilizaciones de la época. La restricción de lo femenino intensificada por el Imperio Romano fue adquiriendo un nuevo estatus con el advenimiento del cristianismo y la Edad Media (siglos V al XV), ya que las mujeres tenían el estigma social ambivalente de dos figuras fuertemente descritas por los eclesiásticos de la época. La primera sería Eva, un supuesto subproducto de Adán y que fue la pecadora que sacó a la humanidad del Paraíso por terquedad -y por tanto sería un peligro para la sociedad- pero, contradictoriamente, también fue la gran procreadora. La segunda figura reposaba sobre la santidad de la Virgen María, madre de Jesús. (LE GOFF y TRUONG, 2006; DALARUN, 1993; FEDERICI, 2017; HANAWALT, 2007; HOUSTON, 1996)

Pronto, estas prácticas dieron fuerza a los religiosos de la época para crear normas sociales. Uno de ellos fue el dominico italiano Jacopo de Varazze (2003), quien registró en el siglo XIII nuevos comportamientos y pautas sociales inspirados en el comportamiento idealizado de los santos, generando la ‘Legenda Áurea’. Por lo tanto, las mujeres deben seguir estrictamente los preceptos religiosos.

Unos siglos antes, San Agustín trató de crear fuertes lazos en la sociedad de la época a través de bases fraternas de amor al prójimo, con el objetivo de romper lo que a su entender era mundano. Sin embargo, a finales del Periodo Bizantino (siglo IV) y principios de la Edad Media (siglo V), generó prácticas que se unificaron al nuevo sistema de feudos y leyes impuesto por Justiniano I, y que además rescataba las leyes antiguas del derecho romano – también conocido como ‘Corpus Juris Civilis o código de Justiniano I’. Se determinó, a partir de allí, que las mujeres no tenían derecho a nada, debiendo someterse únicamente a la obediencia y la reproducción, y los clérigos ya no podían contraer matrimonio ni copular, entre otras cosas. (TELLEGEN-COUPERUS, 1993; DALARUN, 1993)

Esta ley fue seguida al pie de la letra y atravesó los siglos, dictando entre otras cosas, que el poder familiar debía estar totalmente centrado en el hombre, el pater familias. La ley incluía el derecho de los hombres a decidir la vida y la muerte de su esposa, hijas y otras figuras femeninas a su cargo, incluidas las hijas y viudas de hermanos, primos y sirvientes que eventualmente fallecieron. Al mismo tiempo, un número inmenso de respetados historiadores y especialistas en la Edad Media como Dalarun (1993), Ariès y Duby (2009), Federici (2017), Hanawalt (1986; 1988; 1999; 2007), Houston (1996 ); King (1976; 1981; 1991), Williams y Echols (2000) y Marisa Rey-Henningsen (1994) explican que las mujeres en ese momento solo tenían la función ocasional de procrear o continuar sirviendo dogmas religiosos en los conventos. El placer sexual era algo contemplado por los hombres, e incluso el sexo como placer en general tomaba la forma de pecado.

É preciso um grande operador ideológico, assim como estruturas econômicas, sociais e mentais correspondentes, para que a reviravolta se opere. O agente dessa reviravolta, dessa recusa, é o cristianismo. Assim, a religião cristã institucionalizada introduz uma grande novidade no Ocidente: a transformação do pecado original em pecado sexual.  (LE GOFF; TRUONG, 2006, p. 49)

Todos estos historiadores mencionados anteriormente afirman que el cambio que produjo la religiosidad fundamentalista en el cristianismo cuando se convirtió en una imposición política y social, y después de los 300 años iniciales de la era cristiana, no fue positivo como lo han romantizado y propagado ciertos autores negacionistas. La figura femenina fue efectivamente restringida en aspectos morales, sexuales, psíquicos y comportamentales, véase la filósofa, matemática, astrónoma y directora de la Escuela de Alejandría (Egipto), Hipatia (351/370-415 d. C.), asesinada como bruja en el transición al cristianismo radical fundamentalista en el reinado de Teodosio I (DZIELSKA, 2004). Las mujeres que se negaron a seguir las normas impuestas por el patriarcado y la iglesia fueron colocadas arbitrariamente en el lugar de la bruja, la loca o la prostituta.

Historiadores como, por ejemplo, Shahar (1983), King (1976; 1981; 1991) y, Williams y Echols (2000), explican que en regiones donde habitan ciertos pueblos europeos, como los galos, celtas y nórdicos -con relaciones de géneros más igualitarios – tomó más tiempo para ser invadida por los romanos y más tarde por los cristianos, las mujeres mantuvieron un estatus social más equilibrado como jefas locales, guerreras, curanderas, carniceras, herreras, panaderas y otros oficios, y con una mayor respetabilidad grupal, especialmente si no eran ciudades del interior. Esto comprendió en los siglos XI y XII, y con el surgimiento y fortalecimiento de las artes y los intelectuales, algunas mujeres más ricas se graduaron de las universidades y trabajaron como doctoras. Sin embargo, paulatinamente hasta llegar al siglo XVI, las figuras femeninas fueron siendo apartadas de estos cargos por conductas misóginas, recortando estas actividades con la justificación social de que eran trabajos masculinos.

Ariès y Duby (2009) y otros autores explican que todas las conductas y organizaciones sociales misóginas, sexistas y patriarcales derivan de las construcciones de ese período. Por su parte, la historiadora Marisa Rey-Henningsen (1994), especialista en investigaciones sobre la Inquisición, el matriarcado y las tradiciones culturales en España, identificó que específicamente en Galicia, porque el matriarcado se conservó y sigue arraigado allí aún hoy, la El contexto sociocultural local difiere de otros, incluso en la propia España. La cultura local gallega contemporánea no deja espacio para el patriarcado, precipitando mujeres dueñas de sí mismas, altamente intelectualizadas y propietarias de bienes y negocios. Además, los comportamientos sexuales y religiosos, los sistemas familiares y los roles de género de hombres y mujeres se presentan como únicos. La autora registra sobre este comportamiento sociocultural: “(…) es acorde con la dominación cultural y económica femenina y las normas matriarcales que imperaban hasta hace muy poco entre gran parte de la población gallega”. (REY-HENNINGSEN, 1994, p. 260, nuestra traducción)[8]

Todavía hay una necesidad de hacer un paralelo. Gustav Henningsen (2010), historiador especializado en la Inquisición y esposo de Rey-Henningsen (1994), señala que las mujeres gallegas fueron extremadamente atacadas durante el período de persecución de brujas, mucho más que en cualquier otra zona de España en ese momento lo que lleva a la reflexión de que tal vez sea precisamente por el intento del patriarcado de acabar con las comunidades matriarcales de esa localidad.

El resultado de las prácticas feudales, que luego se tornaron más castradoras en la Edad Moderna, es que la sexualidad y las limitaciones al comportamiento femenino en las sociedades se amplificaron a tal punto que la enfermedad psíquica precipitada en forma de histeria reforzó la misoginia en torno al estereotipo de la loca que no puede tener voz.

Autores como Williams y Echols (2000), así como los demás historiadores ya mencionados, presentan un cuadro de mujeres que pasaron por encierro, maltrato, tortura y/o muerte real, ya sea por brujería o por supuesta locura. Los propios médicos del Renacimiento, a partir del siglo XVI, llegaron a entender la histeria como una sintomatología de la “demencia”. Por tanto, cuando el calificativo no se basaba en la locura, se impregnaba de lo sobrenatural, como en los casos registrados de posesión demoníaca, en el pueblo de Loudun, en Francia (1634), o en otras localidades como Louviers (1623), Aix- en-Provence (1609), y Salem (1692-1693), en los Estados Unidos. (CAPORAEL, 1962; COSTA, 2017; FEDERICI, 2017; SAGAN, 1996)

Varios historiadores y antropólogos señalan la persecución de lo femenino como una forma de yugo y basada sobre todo en la religiosidad, que de alguna manera se convirtió en leyes civiles, y los hombres que se atrevieron a proteger a estas mujeres fueron llevados a extremos dolorosos como el de ellas. Hillman (1984) cita que cuando una mujer recibía el rótulo clínico de histeria, dejaba el estigma satánico y ganaba la mancha de defecto por ser portadora de un útero, teniendo que ser enclaustrada como loca, sobre todo si no era posible detenerla ella de sus aspiraciones. La Dra. Esther Fischer-Homberger (apud HILLMAN, 1984, p. 224), es citada por esta psicóloga con una frase de su tesis doctoral: “Siempre que el diagnóstico es histeria, la misoginia no está lejos”.

A lo largo de los siglos, la figura femenina fue colocada en el plano del descrédito y el silencio. Incluso en perfecto estado mental, muchos fueron ingresados ​​en asilos como una forma de disposición, y frente a médicos crueles, desarrollaron verdaderos trastornos o incluso murieron de hambre ante sus condiciones de maltrato. En los casos de quienes efectivamente presentaban agravantes psíquicos, la situación se acentuaba. Y así, los informes médicos ganaron espacio en los libros que confirman las suposiciones sociales de que las mujeres están locas por naturaleza. Esto está muy bien señalado por Foucault (1978; 1988; 2001), y adquiere las mismas proporciones en el sistema de asilo brasileño hasta principios del siglo XXI en la narrativa de Arbex (2013), en la obra “Holocausto brasileño”.

Lamentablemente, todos estos comportamientos históricos de manipulación conductual femenina alcanzan en algún momento a todos los individuos sociales, generando distorsiones conductuales que pueden ser incluso más graves, incluida la connivencia de las mujeres con la violencia contra otras mujeres. Abreu (2022) informa de ello en su libro en el que presenta todos los desarrollos posibles. Ella informa en un extracto:

O elo entre pecado e punição está enraizado sobretudo na cultura judaico-cristã e cruzou o tempo até nossos dias. Essa filosofia do mal – que separa inclusive os males naturais das catástrofes, dos males morais do ser humano – talvez explique parcialmente – evidentemente, unida à outras questões – o porquê pessoas próximas a uma vítima de abuso sexual nada fazem para socorrê-la, e até partem para o ataque a culpabilizando pela agressão sofrida. São peças de um quebra-cabeça que vão se unindo para que se entenda uma rede de abusos, conivências e silenciamentos mediante inversão de discurso em que o sujeito alvo das agressões é deslegitimado e excluído. (ABREU, 2022, p. 105)

A la vista de lo narrado en este artículo, y rescatando a historiadores medievalistas como Ariès y Duby (2009), y Hanawalt (1986; 1988; 1999; 2007), es posible percibir en sus obras que la vida privada de los pasado se centró en la familia y en la mujer propietaria de su casa en ese momento, tuvo un papel organizado y, en ese sentido, positivo. Sin embargo, todo era parte de un comportamiento social para encerrar a las mujeres. Además, el sistema de valores estaba respaldado por la Biblia, reforzando que la figura femenina era débil y fuertemente inclinada al pecado, necesitando el máximo control. Pero lo que parece tan lejano, aún hoy permanece. Por tanto, y amparado en la citada ley del pater familias, en la antigüedad existía la autorización para la justificación del femicidio. Pero, ¿y hoy?

Es esta práctica basada en el pater familias que llegó a Brasil en los siglos XVIII y XIX, la que inspiró el título XXXVIII, del Libro V, de la Ley de Ordenamiento Filipino (BRASIL, 2001). Ella autorizó al esposo a matar a su esposa si la sorprendían en adulterio. Posteriormente surgió la ‘Ley de la tesis de la legítima defensa del honor’, que otorgaba a este hombre el derecho de justificación para ser absuelto en su totalidad por este tipo de delitos y con base en la “pérdida de los sentidos o de la inteligencia” frente a “ el calor de las emociones”. (CARVALHO, 2017)

Por lo tanto, porque aparece en los anales jurídicos y constitucionales nacionales brasileños como una liberación penal, es que las sociedades – y citando específicamente el escenario brasileño -, y especialmente los hombres, absorbieron la comprensión de tener el derecho de violar, golpear y/o matar sus novias, amantes, esposas e hijas, o cualquier otra figura femenina a su alcance. En el agravante de muerte, es la práctica que entra en las estadísticas y se conoce como femicidio, apareciendo en los mapas de violencia difundidos por el Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos y los órganos de Seguridad Pública con enfoque en la seguridad de las mujeres. La ‘Ley de la tesis de la legítima defensa del honor’ fue declarada inconstitucional en Brasil por el Supremo Tribunal Federal, pero recién a partir del 15 de marzo de 2021. (BRASIL, 2001; BRASIL, 2016; ENGEL, S.I.; OSHIRO, 2017)

Las conductas misóginas, sexistas y sexistas son el resultado de una conducta social y cultural permeada continuamente desde la educación familiar y fuertemente arraigada en la religiosidad. Esto se puede comprobar no solo en datos estadísticos de agencias gubernamentales y también de organizaciones no gubernamentales (ONG), sino que autores como Oshiro (2017) describen que el cuarenta por ciento de las mujeres que sufren violencia doméstica son específicamente de línea evangélica. Por tanto, no sólo los agravantes de la violencia física o sexual están socialmente regulados, sino que los morales, psicológicos e incluso patrimoniales siguen estando previstos en la Ley Núm. de todos los tiempos, pero para reeducar a la sociedad en forma de dictados legales.

3. ETNOCENTRISMO ANTE VALORES EN UNA CULTURA MACHISTA

La psicología es la ciencia que estudia los comportamientos, ya sean reflejos conscientes o inconscientes. Sin embargo, para la comprensión de lo que es efectivamente la Psicología Social, surge la interrogante de cuándo la conducta se vuelve social o no en el individuo.

Para la Psicología pura y en su esencia, cada ser humano tiene conductas individualizadas, y precisamente porque tiene una estructura biológica subjetiva (cada sujeto tiene la suya). Así, según Lane (2006), el aprendizaje deriva de cada experiencia personal a través de refuerzos y castigos, y este enfatiza las experiencias individuales. Sin embargo, los conceptos que los microgrupos o macrogrupos consideran en sus sistemas de valores y creencias en este proceso educativo y normativo, producen nuevos significados culturales que abarcan también esferas afectivas y de acción. De esta forma, todo el contexto social al que se inserta un sujeto incide directamente en lo que es normal o aceptable en una mirada etnocéntrica.

El etnocentrismo es la visión del mundo que tenemos desde nuestro propio grupo de convivencia, y por tanto, comparando al otro con nuestros propios valores y modelos de conducta, sociales y culturales. Así, están los extrañamientos, las dificultades de comprensión y adaptación que presentan los individuos frente a todo lo diferente de su propio contexto. Rocha (2006, p. 10) afirma que el carácter violento (y prejuicioso) del etnocentrismo deriva muchas veces del “supuesto de que el ‘otro’ debe ser algo que no disfruta de la palabra para decir algo sobre sí mismo”. Por lo tanto, el etnocentrismo cruza el juicio de valor de la cultura del otro en comparación con la cultura grupal del yo, según este autor.

En este punto, el otro se ve impedido de hablar o explicar sobre sí mismo, mientras que el que se posiciona como observador (el yo) juzga, compara y critica (muchas veces con desdén) y de manera distorsionada la realidad de lo observado. La manipulación de los hechos socioculturales y comportamentales marca el etnocentrismo, creando así conocimientos incluso con términos prejuiciosos para nombrar a los individuos de una sociedad. Rocha (2006) utiliza como ejemplo a los indios, a quienes todavía se les llama vagos e indolentes, para enfatizar la imagen etnocéntrica que ciertos investigadores, y que anteriormente los colonizadores reprodujeron sobre estos individuos que se negaban a ser esclavizados (lo que según el autor, es evidencia de una gran salud mental).

Estos datos iniciales de Rocha (2006) pueden correlacionarse con las normas sociales realizadas por los hombres en las sociedades contemporáneas, regidas por el patriarcado a través de bromas, acciones y discursos que menosprecian a las mujeres, creando no solo un malestar, sino una verticalización jerárquica, ya sea en la ámbito profesional o personal. Además, sumado a esto, están, por ejemplo, los clichés sobre los tipos de ropa que se usan que autorizan el acoso sexual, abriendo así y justificando comportamientos violentos, como la cultura de la violación y los feminicidios, y utilizando solo estos dos ejemplos.

Así, Rocha (2006) señala que los libros de Historia llevan frases como que los indios andaban desnudos para imprimir la demarcación etnocéntrica de culturas completamente adversas. Sin embargo, dentro de las sociedades ya constituidas, las etiquetas estereotipadas están muy presentes incluso en grupos más pequeños. La palabra y los términos etnocéntricos se convierten en la autoridad para distinguir al otro, y permean las sociedades de manera común. Así, la autora pondera los términos: “dondoca”, “doidões” y muchas otras terminologías despectivas que atacan a los individuos en el orden sexista, misógino, étnico y de orientación sexual, para mostrar que estos adjetivos toman una estructura diferente y portan una carga ideológica y/o o sesgo de juicio de valor.

El poder del etnocentrismo en una sociedad da lugar a otros puntos de vista y pensamientos relativizados. El contrapunto en la relativización es, según Rocha (2006, p. 20), cuando alguien percibe “las cosas del mundo como una relación capaz de tener un nacimiento, capaz de tener un fin o una transformación. Ver las cosas del mundo como la relación entre ellas”.

Cuando se reflexiona desde la perspectiva de la Antropología Social, y por lo tanto, desde la perspectiva de la cuestión de la cultura humana, la diferencia entre los seres humanos y las actividades que las personas tienen entre sí, denota etnocentrismo. Como Ciencia que apunta a comprensiones de carácter social, y ligada a la Psicología -y citando el énfasis en la Psicología Social-, se contribuye a la búsqueda de la superación de comportamientos etnocentristas, implementando el nexo de que las diferencias no constituyen una amenaza, sino más bien se suman a la cultura y la interacción social.

4. CUANDO TE ENCUENTRAS EN EL LUGAR DEL OTRO

El lenguaje (verbal o no verbal) es un factor extremadamente importante. El idioma es algo que forma parte de la vida cotidiana de todas las personas, sin importar dónde o cómo vivan. Ciertamente cada lugar tiene su modo de expresión, el cual fue desarrollado por las causas sociales e históricas de cada entorno. Lane (2006, p. 26) afirma que “el lenguaje, instrumento y producto social e histórico, se articula con significados objetivos, abstractos, metafóricos, además de los neologismos y argots de cada época”.

El comportamiento que tienen los hombres de percibir a las mujeres, no solo en el ámbito profesional, sino para las mujeres en general, constituye un lenguaje no verbal, y que puede presentarse en ciertos hombres de manera irrespetuosa y vulgar, pero podría ocurrir lo mismo si se cambiaran los roles y esas miradas empezaran a llegarles a través de las mujeres. Así, las formas verbales influyen no solo en los discursos, sino también en las acciones, y cómo esto puede perjudicar a toda la sociedad. Por tratarse de algo histórico, es sumamente difícil de solucionar, exigiendo un gran esfuerzo de reeducación personal y social. Hoy en día, tales eventos ocurren mucho más con las mujeres, pero eso no significa que no sería inapropiado que sucedieran también con los hombres. Además, se sabe que las mujeres acosan ostensiblemente a ciertos hombres.

Los medios no deben usarse para difamar, humillar y faltar el respeto a las personas, sino para cosas positivas, elogios, aliento y consejos. Es lamentable saber que algo tan esencial para la vida humana es mal utilizado y, por lo tanto, daña a la sociedad.

A juicio de Lane (2006), la influencia socio histórica proviene del desarrollo del lenguaje en el que, a partir del significado que le otorgan las palabras, constituye una cosmovisión cargada de valores, acciones, sentimientos y emociones. La categorización desde un lenguaje no verbal, vistiendo a los individuos con colores predeterminados según su sexo (en el entendimiento contemporáneo): los niños vestirían de azul y las niñas de rosa.

La cosmovisión etnocéntrica de alguien solo cambia cuando la persona logra reinterpretar y deconstruir sus creencias primarias, que muchas veces forman parte de una educación social alienante, y por lo tanto, reelabora su propio rol social. Lane (2006) señala que desde el nacimiento, el individuo está dentro de un contexto histórico, ya que las relaciones entre el adulto y el niño siguen un patrón de la sociedad en la que están insertos. Este estándar es un conjunto de hábitos y acciones que la sociedad considera correctas y moralmente aceptables. La sociedad puede y quizás intervenga, a través de leyes y reglamentos que aseguren que las cosas permanezcan como están, y frenen todo lo que esté fuera de la visión de lo que es correcto.

Em cada grupo social encontramos normas que regem as relações entre os indivíduos, algumas são mais sutis, ou restritas a certos grupos, como as consideradas de ‘bom-tom’, outras são rígidas, consideradas imperdoáveis se desobedecidas, até aquelas que se cristalizam em leis e são passíveis de punição por autoridades institucionalizadas. (LANE, 2006, p. 13)

El autor nombró a estas normas impuestas por la sociedad como roles sociales. Son los roles sociales los que gobiernan las relaciones entre los individuos. Un padre y una madre tienen sus roles sociales impuestos, los cuales establecen cómo deben relacionarse un hombre y una mujer, así como el niño debe relacionarse con sus padres.

Los roles sociales son claramente distintos entre hombres y mujeres; y esta distinción tan aparente sólo es perceptible cuando el individuo sale de su espacio etnocéntrico y se deja envolver con las mismas responsabilidades y expectativas sociales que se le imponen a la mujer. El rol social de los hombres no suele estar representado en la igualdad multifuncional con las mujeres, y esta posible percepción de inversión de roles -pero que sólo es igualitaria en la división de funciones- provoca todavía cierto malestar moral en muchos individuos porque entienden que están ejerciendo un atribución menor o servil por estar ligada a lo femenino por construcción sociocultural. Sin embargo, cuando la misma situación, dentro de varias otras coyunturas, se representa en una sociedad donde la mujer asume este rol, la comunidad no sólo acepta, sino que impone enormes expectativas y responsabilidades sobre esta figura femenina.

Lane (2006) explica sobre la individualidad a pesar de la existencia de roles sociales. Para el autor, la interacción social genera confrontaciones y los individuos construyen su propio yo a través de las diferencias y cambios con los demás. Así se construye la identidad social (lo que caracteriza a cada sujeto como persona) y la autoconciencia. Al respecto, el autor destaca:

É nesse sentido que questionamentos quanto a “identidade social” e “papéis” exercem uma mediação ideológica, ou seja, criam uma “ilusão” de que os papéis são “naturais e necessários”, e que a identidade é consequência de “opções livres” que fazemos no nosso conviver social, quando, de fato, são as condições sociais decorrentes da produção da vida material que determinam os papéis e a nossa identidade social. (LANE, 2006, p. 22)

Ciertos hombres, a pesar de su rol e identidad social, cuando comienzan a tomar conciencia de sí mismos ya cuestionar el comportamiento de la sociedad, tienden a mostrar cambios sutiles en sus actitudes, comportamientos y acciones. Participan más en las actividades domésticas y apoyan más fuertemente a sus parejas, mostrando una maduración continua. El autor presenta:

Deste modo entendemos que a consciência de si poderá alterar a identidade social, na medida em que, dentro dos grupos que nos definem, questionamos os papéis quanto à sua determinação e funções históricas – e, na medida em que os membros do grupo se identifiquem entre si quanto a esta determinação e constatem as relações de dominação que reproduzem uns sobre os outros, é que o grupo poderá se tornar agente de mudanças sociais. (LANE, 2006, p. 24)

Muchas sociedades están influidas por el machismo, incluso en pequeñas actitudes, lo que lleva también a cuestionarse la fuerza de la sociedad patriarcal y sus imposiciones, así como la gran dificultad de cambiar todos estos comportamientos y que a veces parece imposible, ya que la resistencia de la amplitud de la conciencia comienza en el interior. En este punto, Lane (2006) analiza el aspecto familiar de la Psicología Social en su obra. El autor describe que el hecho de que el hombre sea educado para tener un control social muy estricto desde temprana edad, es lo que lo lleva a la certeza de que detenta el poder.

A instituição familiar é, em qualquer sociedade moderna, regida por leis, normas e costumes que definem direitos e deveres dos seus membros e, portanto, os papéis de marido e mulher, de pai, mãe e filhos deverão reproduzir as relações de poder da sociedade em que vivem. (LANE, 2006, p. 40)

Este pasaje del autor puede relacionarse con las exigencias de conducta para la formación de la familia, u otras imposiciones como realizar las tareas del hogar, mientras el otro se divierte y disfruta del ocio. Otro punto lo encontramos en las relaciones sexuales, y que como se vio anteriormente, las sociedades han sido educadas en gran medida por dogmas religiosos para entender que las mujeres no deben ni pueden experimentar placer antes, durante y después del sexo. Estos pequeños comportamientos también son abordados por Lane (2006), y evocan quién puede y quién no puede hacer ciertas cosas, reforzando el machismo en la sociedad.

Según Lane (2006), el capitalismo subdivide a las sociedades en general en dos clases sociales: la que posee el capital y los medios de producción, quien tiene el dinero, y la otra que es dominada y explotada, generando ganancias a la primera con su trabajo (generalmente manual). En resumen, quien tiene dinero manda, obedece a quien trabaja y recibe algo a cambio. La base del patriarcado contemporáneo estaría fuertemente basada en estos conceptos.

En este antagonismo surge la necesidad de consumo de ambos lados, pues si uno puede hacer alarde de su condición de dominante, el otro dominado igualmente comienza a crear aspiraciones y objetos de deseo para tratar de acercarse a quienes efectivamente detentan el capital. De esta manera, no sólo cambian estos elementos de aspiración, sino también el hombre mismo, y precisamente porque tiene nuevos logros durante este proceso.

Cuando el individuo produce, se siente útil, a partir del pensamiento del simple deseo, alcanza un nivel de transformación que trasciende lo personal y se extiende a lo social. Lane (2006), utiliza el ejemplo de alguien que siente frío. Esta persona podrá proveerse de hilo y aguja, pero adquirirá conocimientos de alguien sobre cómo tejer. Una vez listo, puede recibir elogios por su trabajo y estar orgulloso de él, además de crear una red de propagación de conocimiento para enseñar a otros. Nótese que la gratificación no está en la ganancia monetaria, sino en la satisfacción, y aun así generó una cadena productiva y adecuada dentro de este microuniverso.

El autor explica que en las sociedades capitalistas, el trabajo manual y el intelectual sólo se separan en el plano ideológico, ya que ambas actividades implican pensar y realizar acciones. La elitización del intelectual está precisamente ligada a la clase dominante.

Según Lane (2006), todo trabajo requiere la elaboración de una secuencia de pensamiento, pero el valor de esta actividad pierde importancia entre los desplazamientos del lugar de trabajo al hogar, los salarios y la terminación del producto, desvinculándose así el hombre del producto. Surge así la dicotomía que el autor explica: si por un lado el trabajador no puede pensar, para el intelectual especialista el derecho a producir queda revocado. Esto provoca algunos prejuicios, algunos incluso son comunes de escuchar, como afirmaciones -que son una gran injusticia y falacia- sobre la clase de los profesores universitarios: sólo los que no saben enseñar.

Si esto se traslada al ámbito doméstico al que las mujeres han estado limitadas durante siglos, está la proveedora –que domina, por llevar el dinero, las ganancias al hogar–, y el ama de casa, que es dominada, necesitada de la remuneración de sus proveedor y utilizando su fuerza productiva para el servicio manual en las tareas invisibles. Este segundo siempre ha sido y sigue siendo visto como alguien relajado, con tiempo libre y que no hace nada. Esto se refuerza en las sociedades actuales con los discursos de la meritocracia, generando un proceso de alienación para descalificar el trabajo y el esfuerzo de quienes no pueden salir de una determinada posición profesional, educativa o social.

La Psicología Social entiende que la condición humana en las sociedades sólo se expande y cambia cuando se produce la simbiosis entre comunicación y cooperación mutua, independientemente de la condición jerárquica de clase o género, horizontalizando las relaciones y creando así una conciencia grupal y de sí mismo, como individuo que es parte de un todo. La jerarquía vertical del poder estanca las relaciones sociales, definiendo y congelando los roles sociales y, por tanto, impidiendo su flexibilidad. De nuevo, quien domina y quien es dominado siempre se quedan donde están.

Es en la modificación de su cultura etnocéntrica que el sujeto llega a comprender que existe la necesidad del equilibrio de género, y su adaptación en el mundo los vuelve más sensibles, preocupándose más por su apariencia, preocupándose por las desigualdades y los prejuicios. Este sujeto abandona paulatinamente conceptos ligados a la fuerza opresiva, rompiendo las posiciones de opresor y oprimido, y extinguiendo la verticalización de las conductas de género, hasta alcanzar un equilibrio armónico.

Reflexionando sobre esta narrativa y en el texto de Lane (2006), la Psicología Comunitaria como micro-universo dentro de la Psicología Social parece contemplar este intento de rescatar la comprensión del individuo, tomando conciencia de sí mismo y de lo social desde el pensamiento micro al macro. Hacer que el sujeto entienda su propia importancia en paralelo con toda su familia y grupo vecinal tiene un gran impacto. Trabajar estos pequeños grupos en una perspectiva ampliada y creciente, familia-barrio-ciudad-estado-país-mundo, hace más concreto el encadenamiento de nuevos comportamientos de acciones, actitudes y pensamientos.

Cuando el individuo hace nuevas reflexiones, genera posiciones solidarias y pensamientos efectivamente transformadores frente al sentido de la responsabilidad hacia los demás, de los derechos y deberes, del apoyo a quien lo necesita, de las soluciones a lo que anda mal, entre otras cosas, él asciende Según Lane (2006), esto requiere un intenso esfuerzo y dedicación de todos los involucrados para romper el estigma de las relaciones de dominación ya impregnadas y aprehendidas en la familia, la escuela, e incluso frente a las imputaciones religiosas fundamentalistas, y comienza a crear un fuerte pensamiento de grupo.

No solo eso. Según el autor, en el caso del trabajo de Psicología Comunitaria, el mayor desafío es inculcar en el eje familiar que cada uno es responsable de sí mismo, de los miembros de la familia y de las cosas del hogar. Que no exista una obra mayor o menor, ni determinada a un género específico. En cambio, quien lleva la mayor carga de responsabilidad por el cuidado de la casa y los hijos, a pesar de no tener una remuneración en efectivo, trabaja tanto como quien sale todos los días y cobra por ello. Nadie descalifica el trabajo voluntario fuera del hogar, que resulta no remunerado. ¿Por qué descalificar el trabajo de quienes se ocupan de la familia y las tareas domésticas, que se extienden a las figuras femeninas?

Muchos individuos necesitan más tiempo para comprender todos estos procesos, mientras que otros permanecen en gran resistencia. Otros ya están haciendo este proceso con más facilidad, tratando de distanciarse y entender que el machismo tóxico evocado como descendencia perversa del patriarcado hiere y hasta mata a toda la sociedad en distintas proporciones. Estas personas específicas están contribuyendo al cambio de comportamiento en las sociedades de una manera más acelerada, y se están permitiendo llegar a un entendimiento sobre estas obras de construcción en relación con la opresión y la violencia de género. En sus subjetividades son capaces de resignificar efectivamente sus experiencias y redimensionar su percepción de sí mismas y del mundo, momento en el que la empatía y la igualdad de género finalmente cobran sentido.

5. CONSIDERACIONES FINALES

La cultura machista patriarcal normaliza y relativiza comportamientos a todos los niveles, especialmente en el uso de la palabra, la contención y el control, y extendiéndose a acciones efectivas de violencia.

Socialmente, los individuos fueron inducidos a aceptar este hecho como un regalo y luego culpabilizando a las víctimas, e históricamente esto se fortalece en la religiosidad y se amplifica en la formación de leyes y conductas sociales. En la contemporaneidad, los medios de comunicación, a través de anuncios, películas, telenovelas, libros y chistes, cosifican el cuerpo de la mujer, además de romantizar e ironizar la violencia de género en general, pero en especial la sexual. Al mismo tiempo que se inculca que una mujer debe ser deseable, también se le indica que se mantenga en reclusión, manteniendo la modestia y el respeto. En esta dicotomía, las mujeres son conducidas a mantener el silencio y la aceptación, o aún, históricamente colocadas en el estatus de “locas” y que deben ser ignoradas, silenciadas o apartadas.

Los hombres -y las mujeres en proceso de alienación- que se permiten llegar a una comprensión de este proceso tienden a desarrollar una verdadera transformación empática y se alejan gradualmente de los elementos considerados prejuiciosos. Los conceptos previamente incorporados pueden modificarse y la forma en que este sujeto percibe a las mujeres que lo rodean también cambia.

Es sobre estos aspectos unificados que el equipo de autores cree haber respondido al problema rector inicial: ¿la naturalización de las reglas y relaciones sociales de comportamiento patriarcal actúan en la perpetuación de las imposiciones de dominación y discriminación sexista? Sí, y efectivamente, la forma en que se preservan los prejuicios y las normas en la educación social es lo que perpetúa este engranaje sexista. Esto lleva a la reflexión de lo fascinante que podría ser ver una sociedad en la que todos también puedan tener sus conceptos alterados positivamente y libres de las cadenas de la discriminación y el etnocentrismo que conducen a la opresión.

Dado el objetivo general y los objetivos específicos al tratar de comprender, se pudo detectar a través de la comprensión teórica que la conducta de juicio de valores impacta efectivamente en las relaciones sociales, y esta se perpetúa por las creencias culturales, religiosas y morales aprendidas inicialmente en el entorno familiar. En los lazos primarios que desclasifican el trabajo doméstico como menor, y a partir de ello, se extienden otras construcciones de normalización de conductas, comportamientos, acciones, verbalizaciones y pensamientos, fortaleciendo y solidificando negativamente los parámetros opresivos, incluido el yugo en potencia para silenciar al otro ante el miedo y las etiquetas de devaluación. Son pequeñas acciones cotidianas tan normalizadas, romantizadas e incluso históricamente normalizadas que se vuelven imperceptibles, pero evidentemente ofensivas y en muchos casos destructivas. Sin embargo, esto sólo se comprende cuando los individuos sociales se permiten abrirse al distanciamiento del etnocentrismo latente que conduce a la rigidez y permanencia de conceptos distorsionados y nocivos para el otro y para los grupos.

Nuestra hipótesis pudo sostenerse: cuanto más etnocéntrica y cargada de prejuicios y discriminaciones sea una sociedad, más relaciones de machismo y opresión intentará inculcar en micro o macro individuos y grupos. El lugar de ponerse en el lugar del otro y desarrollar la empatía para eliminar estas relaciones entre opresor y oprimido, e incluso en muchos grupos psicológicos minoritarios, sería el alcance ideal de una sociedad justa, equilibrada y con madurez psíquica.

Las obras escogidas para la teorización, brindan una pequeña, pero contundente reflexión en relación a este juego de poder y sumisión que están presentes en diversos contextos sociales que nos impiden como especie humana, evolucionar como individuos y sociedad. Por lo tanto, existe la necesidad de discutir y reflexionar socialmente sobre la cuestión del género en la relación entre el opresor y el oprimido, ya que esto está intrínsecamente relacionado con los orígenes del juicio y el aprendizaje de valores etnocéntricos y el fortalecimiento de los contextos patriarcales de yugo.

Son pequeños cambios de visión que necesitan recibir una amplia conciencia, pues denotan el posicionamiento y perpetuación de la violencia machista, machista y generalizada de la opresión sistemática en un nivel vertical, exento de justicia y equilibrio.

Además, la Psicología como Ciencia no sólo debe estudiar este comportamiento en las sociedades, sino también ayudar en la reeducación y trabajar para encontrar nuevas alternativas para remediar los daños sociales e individuales actuales, y quién sabe, extinguir algún día la sexista/ situación machista que tanto anula, hiere y destruye, a mujeres y hombres.

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APÉNDICE – NOTA AL PIE

8. “(…) accords with the cultural and economic female dominance and the matriarchal norms that prevailed until very recently among large parts of the population in Galicia.” (REY-HENNINGSEN, 1994, p. 260)

[1] Especialista en Neurociencia Pedagógica por AVM Educacional/UCAM/RJ; especialista en Arteterapia en Educación y Salud en AVM Educacional/UCAM/RJ; especialista en Investigación de Comportamiento y Consumo de la Faculdade SENAI CETIQT RJ; especialista en Artes Visuales por UNESA/RJ; Licenciado en Diseño por la Faculdade SENAI CETIQT RJ. Licenciado en Psicología por la UNIP/SP.

[2] Licenciado en Psicología por la UNIP/SP.

[3] Licenciado en Psicología por la UNIP/SP.

[4] Licenciado en Psicología por la UNIP/SP.

[5] Bacharela em Comunicação Social pela Faculdade Casper Libero/SP. Bacharelanda em Psicologia pela UNIP/SP.

[6] Licenciado en Psicología por la UNIP/SP.

[7] Licenciado en Psicología por la UNIP/SP.

Enviado: Julio de 2021.

Aprobado: Abril de 2022.

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Liliane Alcântara de Abreu

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