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Población, crisis amplificada por la pandemia de Covid-19 y la “invisibilidad” social: contornos socioespaciales

RC: 87168
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CONTEÚDO

ARTÍCULO ORIGINAL

BAGGIO, Ulysses da Cunha [1]

BAGGIO, Ulysses da Cunha. Población, crisis amplificada por la pandemia de Covid-19 y la “invisibilidad” social: contornos socioespaciales. Revista Científica Multidisciplinar Núcleo do Conhecimento. Año 06, Ed. 04, Vol. 06, págs. 170 y 197. Abril de 2021. ISSN: 2448-0959, Enlace de acceso: https://www.nucleodoconhecimento.com.br/geografia-es/contornos-socioespaciales

RESUMEN

Este artículo se centra, de forma articulada, en la población, la movilidad espacial de las personas y la vida cotidiana en la ciudad contemporánea, considerando en el análisis los flujos de entrada de la crisis actual, recrudeciente y expandida por la pandemia de Covid-19. Creemos que se trata de una totalidad socioespacial dialectalmente integrada, que forma parte de una urbanización geográficamente expansiva e intensiva, dados los avances de la ciencia y la tecnología, las redes geográficas y los flujos de personas, bienes e información. El análisis buscaba abarcar, aunque sea brevemente, los impactos sensibles en la relación entre la sociedad y el Estado; en el avance de prácticas socioespaciales de carácter autoorganizado y una percepción más autonomista en relación con la política; en la devaluación del capital y la retracción de la tasa de ganancia; cambios en la percepción del tiempo; en la ampliación de la jornada laboral y la extensividad de las relaciones laborales al ámbito privado-familiar; en la (re)valorización de la escala local en la vida en sociedad bajo las interferencias y condicionantes de la pandemia; en la idea de una condición de aún mayor “invisibilidad” social en el contexto aún algo errático del comportamiento de la enfermedad y sus consecuencias, “invisibilidad” que se atribuye especialmente a segmentos sociales empobrecidos, un tema que merecerá cierta prominencia en el análisis realizado.

Palabras clave: Población y movilidad espacial, crisis contemporánea ampliada, pandemia de COVID-19, vida cotidiana, “invisibilidad” social

INTRODUCCIÓN

El mundo actual ha ido experimentando transformaciones en los más variados aspectos y áreas, que, en gran parte, ya estaban en marcha, pero comenzando a adquirir mayor velocidad e intensidad en el contexto actual, bajo los efectos de la pandemia de COVID-19. Los cambios sensibles son perceptibles en el contexto de la vida cotidiana de las poblaciones, afectando la movilidad, las formas de vida, los hábitos y comportamientos, entre otras cosas. En este sentido, se están constituyendo nuevos diseños socioespaciales, de la misma manera que sus ritmos y expresiones, delimitando espacialidades que incitan a reflexiones, que plantean consideraciones sobre sus implicaciones y significados.

Hay dimensiones en este escenario relacionadas con formas de socialización y sociabilidad, que parecen estar adquiriendo nuevos rasgos, más hacia la aproximación y la cooperación, animando, especialmente en los entornos más empobrecidos y vulnerables, las relaciones de ayuda y un cierto sentido de la vida comunitaria. Esto no significa que se estén volviendo prominentes y que se afirmen como una tendencia general en el proceso social. Sin embargo, bajo las peticiones y urgencias respecto a la defensa de la vida, en un entorno en el que la muerte se coloca como un riesgo inminente por la diseminación y mutaciones del coronavirus, la percepción de uno en relación al otro cambia al plano de la necesidad de vivir.

Esto también implica, a nuestro entender, un sentido político, sobre todo, ya que las acciones, de manera expresiva, se vuelven más propensas a la búsqueda de la resolución o mitigación de condiciones adversas y restrictivas a la vida bajo esta condición. Hay una diversidad de ejemplos que pueden ser citados, y se puede mencionar, entre otros, las prácticas en las que las barrio bajo en el país, como Paraisópolis y Heliópolis, en São Paulo, así como en Taubaté, en el interior del estado. En estos espacios se desarrollan importantes acciones comunitarias y de movilización por parte del CUFA (Única Central de Barrio Bajo) para hacer frente a diversos problemas y, en ese momento, especialmente a los que representa la pandemia de COVID-19.

Esto nos lleva de nuevo al mismo tiempo que reemplaza la idea de “sujeto”, que, a nuestro entender, no sólo se redimensiona al plano de su significado, sino que también gana algo de fuerza en este contexto de crisis recrudescente. Por lo tanto, entendemos como sujeto una diversidad de actores sociales concretos que emprenden esfuerzos y actos prácticos para equiparar problemas y adversidades que afectan de manera más directa e inmediata sus condiciones de vida y existencia, produciendo así situaciones socialmente deseables más deseables. Tales acciones no necesariamente representan o producen rupturas con el sistema capitalista actual. Se trata de acciones dentro de la vida cotidiana que están motivadas esencialmente por la “necesidad”, no por utopías o “proyectos” de construcción de otra sociedad y otra economía, como si trasladara la redención de nuestros problemas hacia el futuro, tal como se presenta, en gran medida, en la perspectiva marxista. Además, cabe añadir que:

Los seres humanos aparecen en la historia marxista sólo como “fuerzas”, “clases” e “ismos”. Las instituciones jurídicas, morales y espirituales sólo tienen un lugar marginal o se ponen en discusión sólo cuando pueden verse fácilmente en términos de abstracciones que hablan a través de ellas. Las categorías muertas, impuestas sobre la materia viva de la historia, reducen todo a fórmulas y estereotipos (SCRUTON, 2018, p.59).

Por lo tanto, el punto de vista postulado aquí valora y se centra en el presente y sus demandas como un gran horizonte de preocupación. Esta idea no se confunde con negligencia o incluso desprecio por el futuro, sino más bien para dar al presente el lugar que realmente merece en el análisis social y en la agenda política. Lo que llama, en términos de análisis y enfoque, una cierta redefinición de la cultura en los tiempos actuales, que, a pesar de las adversidades y muchas dificultades experimentadas, se ha orientado cada vez más a la búsqueda de una mayor felicidad y placer en el tratamiento de la vida, y, contrariamente a lo que se dice, forjando formas y estrategias para una mayor cohesión social. Esto es independientemente de los objetivos a cumplir a largo plazo o incluso de un proyecto constituido para lograrlo, denotando así un cierto sentido no previamente concebible o elaborado. En esta dirección, al enfatizar el presente y señalar la “saturación del progresismo occidental”, Maffesoli nos dice: “El cortocircuito del tiempo puede generar cultura. Puede producir afectos que están lejos de ser insignificantes, haciendo de la creación colectiva una verdadera dimensión social” (2007, p.45).Y añade: “Estamos lejos de la trascendencia occidental, ya sea teológica es política. […] ser, es estar en el mundo. […] Ser del que “participamos” (MAFFESOLI, 2007, p.47-48). Y esta condición apunta a la idea, o incluso al “sentimiento de pertenencia”, de grupos, territorios, a una determinada orientación cultural, etc. (Ídem, p.48).

Así, bajo una crisis de grandes proporciones, agravada y redimensionada por la pandemia del coronavirus, se potencian las transformaciones en diversos ámbitos, como es el caso del mundo laboral, con mayores avances en el teletrabajo y el home office; en la economía, con la reducción de la tasa de interés y la suba del dólar, repercutiendo en el mercado inmobiliario y en el segmento de agronegocios, que puede ser impulsado; mayor intensidad del uso de la automatización en los ambientes laborales, favorecida por una mayor oferta de crédito; la intensificación del uso de Internet y las redes sociales por parte de las personas; transformaciones más inmediatas en la vida de cada persona y en las rutinas sociales cotidianas; la revalorización de la escala local en la vida en sociedad, extendiéndose a los espacios de la vida familiar y privada, que se transforman en extensiones de los espacios de trabajo; cambios en la percepción social del tiempo, bajo las interferencias de esta nueva condición socio-espacial; los cambios, que ya estaban en marcha, en la naturaleza de la política, que abarcaban el desgaste/debilitamiento de la relación entre la sociedad y el Estado y el avance de perceptivos políticos más autoorganizativos; y, por último, el resurgimiento de una condición a menudo denominada “invisibilidad” social, asintiendo con la cabeza, como ya se ha observado, entre los segmentos más empobrecidos de la sociedad.

Ciertamente, hay una diversidad aún mayor de aspectos y cuestiones involucradas en este proceso, y no es nuestro propósito explorarlos aquí, de una manera particular, y no podríamos hacerlo, sino reconocer que, en su conjunto, tienen repercusiones en la formación de nuevas espacialidades y expresiones de la vida cotidiana de las poblaciones.

Todos estos aspectos mencionados están vinculados, de una manera u otra, a la crisis contemporánea, amplificada por la pandemia, que impacta en la vida de personas y lugares. Recordemos que las crisis, históricamente, representan un punto de inflexión respecto a la existente, proporcionando e incitando, de manera diferente, oportunidades y prácticas que afectan el destino de las personas y sus formas de ser y ser en el mundo; por lo tanto, interfiriendo directamente en la esfera de la vida cotidiana.

POBLACIONES EN MOVIMIENTO, PANDEMIA DE COVID-19 Y REVERBERACIONES SOCIOESPACIALES

Muy notorio en el territorio brasileño, se observa que la movilidad espacial de las poblaciones evidencia el protagonismo de las ciudades medianas. Se convierten en espacios de mayor atractivo poblacional y económico, aunque algunos segmentos siguen siendo destacados en los espacios metropolitanos, como el sector financiero y la producción de información.

En este contexto, los desplazamientos son de menor duración, con distancias territoriales más cortas, en general, aunque todavía se están ndos movimientos de intervalos interregionales mayores. Hay un aumento de su regularidad y frecuencia, como lo atestiguan los desplazamientos, el regreso a los lugares de origen y otras formas cortas de asignación. Como se menciona en el presente mencionado, los flujos de larga distancia, con São Paulo, Rio de Janeiro y Brasília como centros de este proceso, todavía están en el país, involucrando nuevos perfiles de migrantes.

Pero lo que se busca resaltar aquí es que vivimos hoy una tendencia que apunta a una mayor heterogeneidad y fragmentación de la dinámica económica y social en el territorio brasileño. Esta configuración de tendencia refleja, a nuestro entender, tanto los impactos de la transición del fordismo al paradigma de la acumulación flexible (HARVEY, 1992) en el mundo del trabajo y en el ámbito de la reproducción social, como las demandas más inmediatas de supervivencia de las poblaciones, en un escenario de crisis profundizado por la pandemia de COVID-19. Se trata de una crisis en la que no se sabe a ciencia cierta cuándo podría terminar, como en relación a su dinámica evolutiva, con un cierto grado de imprevisibilidad. Tomemos, por ejemplo, la aparición/desarrollo de nuevas mutaciones de virus más agresivas que están ocurriendo, como en Inglaterra, Sudáfrica y Brasil (más específicamente en Manaus, AM).

No es mucho recordar que la crisis del fordismo, más concretamente, representó un fuerte impulso para el sector de los servicios en relación con la industria. Esta transformación ha llevado a reestructuraciones espacio-tiempo dentro del proceso acumulativo. De manera relacionada, este movimiento abarca cambios en las modalidades de organización del trabajo, en la base técnica y organizativa de las empresas, en el desempeño del Estado en el territorio (políticas de ordenamiento territorial, que implican grandes desarrollos en la revitalización de los espacios urbanos, etc.), en la vida cotidiana e incluso en la subjetividad de las personas. Y en el escenario actual, marcado por la pandemia del coronavirus, ciertos aspectos y tendencias que ya estaban en marcha adquieren mayor intensidad, como el avance del teletrabajaje y el home-office.

En la articulación de estas variables se entiende que el espacio y las espacialidades también se llevan a adaptarse, de una manera u otra, a las determinaciones de este proceso de cambio. La propia naturaleza de la política y las formas en que su organización y ejercicio también se ven afectados, lo que requiere ajustes. Y hoy, más que antes, la política de Estado, más concretamente, se lleva a cabo en estrecha relación con el sector empresarial, aunque esta relación entre Estado y mercado esté en el origen del propio capitalismo, por lo que no es algo restringido ni específico de nuestros tiempos. La diferencia fundamental es que en los tiempos actuales esta asociación se ha convertido en una especie de expediente estratégico-operativo, actuando como una especie de imperativo de la política gubernamental, adquiriendo un sentido o carácter de negocio, quedando así fuertemente sujeta a intereses económicos y financieros. Tal vez la razón principal de los desafortuos de la política en los tiempos contemporáneos reside, con el caso brasileño siendo algo emblemático de esta situación.

Con esto no se quiere decir que la relación entre la política del Estado y las empresas sea siempre, y necesariamente, algo perjudicial o perjudicial para el interés social. Las asociaciones público-privadas han aumentado enormemente en nuestros tiempos, incluso en torno a proyectos que implican importantes demandas sociales; proyectos en los que el Estado por sí solo no podría llevar a cabo a menudo. Y aquí la transparencia pública de esta relación y su control por parte de la sociedad y de los órganos de control del propio Estado se presenta como algo de importancia fundamental, colocándose como una necesidad apremiante, en el sentido de una condición democrática más avanzada;  alejándose así de una perspectiva “centrada en el Estado”.

Otro aspecto importante también puede movilizarse en términos de cambio político, dado el papel que desempeñan las nuevas tecnologías de la información. Ellos, entre otros aspectos, abren nuevas y mayores posibilidades a la participación de la sociedad en la vida política, haciendo que las concepciones y acciones del aparato gubernamental sean más permeables a la interferencia social, lo que puede potenciar resultados más consistentes con las demandas que vienen de abajo. De la misma manera amplía las conexiones y recicla las fuerzas entre movimientos y sujetos sociales en torno a temas de interés.

Con el avance de la crisis y la escalada de la corrupción sistémica, impulsada por gobiernos populistas, especialmente en Brasil y América Latina, se hace notar en la sociedad un cierto avance de la idea de que la política debe gravitar más en torno a los afectados que al Estado. Sobre esto, debe saberse que:

Cuando, por razones diferentes y desigualmente fundamentadas, tanto las clases populares como las medianas perciben que el Estado ha dejado de darles seguridad –la seguridad que, por definición, es su responsabilidad garantizar–, se socavan las razones del sentido de pertenencia, que, en la tradición filosófico-política y sus textos originales, sustentan el contrato de producción estatal (SARLO, 2005, p.53).

Pero esta idea, bien entendida, no significa, propiamente, negar o descalificar al Estado en el ejercicio de sus funciones y acciones regulatorias. Aun porque imaginar la ausencia del Estado o el “Estado mínimo” en un país como Brasil no sólo sería un error, sólo contribuiría a agravar problemas aún más fundamentales del país, lo que resultaría ser una postura técnica e intelectualmente irresponsable. Sin embargo, es necesario reconocer que, debido a los límites establecidos, que se hacen aún mayores con la pandemia, involucrando una diversidad de intereses y demandas, esta orientación de mayor autonomía y acción autoorganizativa, cobra fuerza en los tiempos actuales.

Desde hace algún tiempo, el poder del Estado se ha ido erosionando, perdiendo capacidad orgánica y sistémica en el plan de sus acciones, limitando su desempeño en segmentos de gran relevancia para el desarrollo económico y social. Algunos ejemplos son las deficiencias y los problemas de las políticas relacionadas con la industria, la ciencia y la tecnología, la salud y el saneamiento básico, etc. Además, su capacidad para producir riqueza, promover la gobernanza y la reglamentación de manera más eficaz y eficaz también muestra signos notorios de declive.

Si bien se puede reconocer un cierto avance en la vida democrática en el país, aunque no se trata de un consenso en la sociedad, el problema de la desigualdad social y regional no sólo persiste sino que también se renueva, configurando disparidades espaciales entre las regiones históricamente constituidas y dentro de ellas; regiones que se han vuelto, tendidas, más heterogéneas y fragmentadas. En este contexto territorial de crecientes contrastes, se desarrollan geograficidades que implican el sentido de una oposición socioespacial degradante efectiva, que sin duda perturba y debilita la democracia y el desempeño de las instituciones. Se trata de un escenario aparentemente paradójico, pero que se revela más específicamente como una totalidad de contradicciones y ambigüedades recrudecientes, en las que pesan los impactos más recientes de la pandemia del coronavirus.

Si bien se tiene en cuenta la dinámica y mayor diversidad en las economías regionales del Noreste, Amazonas y Medio Oeste, principalmente, este proceso no ha sido capaz de asegurar el aumento más efectivo de la productividad laboral y la reversión de la desigualdad en el país; desigualdad que se mantiene como si no fuera la mayor, uno de los principales retos a enfrentar en un escenario post pandemia. Este problema históricamente recurrente evidencia fuertemente una larga trayectoria de sucesivas negligencias e inequidades político-gubernamentales en su ecuación y combate. Y la pandemia en curso, con sus grafías de muerte, miedo e inseguridad, abrió la urgencia a un tratamiento más estratégico y efectivo de este problema central del país, algo naturalizado, por cierto.

Finalmente, cabe destacar que las políticas públicas han venido padeciendo una fragmentación expresiva, exponiendo la ausencia de un proyecto nacional efectivo, adaptado a la sociedad en su diversidad, una fragmentación que no solo debilita sino que también deslegitiman la propia planificación gubernamental.

Entendemos que, entre otras implicaciones, este estado de cosas incita a cambios o, tal vez, transformaciones en términos de percepción de la política. Este escenario plantea sin duda grandes retos, en los que pesan un territorio de grandes proporciones y expresivamente desigual, sometido a una importante movilidad espacial de la población, abarcando así un espectro de escalas.

Las demandas de locomoción y desplazamiento de gran parte de la población a su supervivencia diaria se han ido imponiendo como una necesidad acuciante, mereciendo un cierto destaque aquellas que necesitan ser realizadas por las poblaciones más empobrecidas, aunque no solo ellas. Esto, desde nuestra perspectiva, engendra la búsqueda de formas alternativas de supervivencia, que experimenten una mayor apreciación de la escala del lugar en el contexto de la vida cotidiana y la reproducción social. Así, y bajo las quejas de la necesidad de vivir, las relaciones de ayuda mutua y solidaridad parecen renovarse y adquirir un sentido político y social mayor y más interiorizado en las mentes. Esto se refiere a la idea de un posible fortalecimiento del sentido de comunidad o incluso un sentido comunitario frente a un escenario socio-espacial aún más crítico para la vida posible en estas condiciones.

Se reitera que esta perspectiva política parece buscar alejarse y protegerse de mayores injerencias y co-cooptos por parte del aparato estatal en diversas prácticas sociales, pero no necesariamente en todos los aspectos y situaciones. En cualquier caso, esta condición de mayor autonomía de los agentes permite ampliar los márgenes para crear y experimentar, con el fin de responder mejor a las demandas de los grupos de interés. Es plausible considerar que esta orientación puede incluso favorecer asociaciones más fructíferas entre el Estado, la sociedad y el mercado. Su logro requiere niveles más avanzados de participación de la sociedad en relación con los mecanismos involucrados en los temas que afectan más directamente a la vida de las personas. En este sentido, se requieren posturas políticas y sociales más proactivas, con el fin de forjar condiciones en la vida política que amplíen los expedientes de consulta socioterritorial, con el fin de subsidiar procedimientos y disposiciones en términos de políticas públicas para la mejora más efectiva de la organización espacial de nuestras ciudades.

Así, es factible iniciar una mejor distribución de recursos, servicios e infraestructuras en los espacios urbanos, beneficiando a la vida social en diversos aspectos, como la reducción de las desigualdades, el aumento de la oferta de empleo, una mejor distribución de la riqueza, la promoción y maduración de la cultura democrática, etc… Y este enfoque, que articula las esferas de poder gubernamental, social y de mercado en los entornos urbanos, se coloca, a través de nuestra percepción, como un imperativo, posiblemente la forma más fructífera y factible de enfrentar los problemas que se experimentan a diario. Adquiere centralidad y urgencia ante la velocidad de los procesos de urbanización en curso, especialmente en vista de las próximas décadas, cuando la abrumadora mayoría de las poblaciones del mundo vivirán en ciudades.

Con los impactos de la pandemia de COVID-19, la narrativa que aboga por una mayor y más efectiva presencia del Estado en la sociedad y la economía adquiere una cierta proyección, que es comprensible a la luz de nuestras necesidades y problemas. Sin embargo, aunque esto sea, coyuntura, como algo necesario y de emergencia, a medio y largo plazo la búsqueda de una mayor autonomía y pluralidad en el ejercicio de la política debe continuar e incluso afirmarse como tendencia. Tenemos ese entendimiento. En este sentido, se reafirma la importancia del Estado, especialmente en países con altos niveles de desigualdad y pobreza, como es el caso de Brasil, sin sentido en la idea de un estado mínimo en nuestra realidad socioeconómica. Lo que se propone es la necesidad de mejorar el funcionamiento de las instituciones y su necesaria sinergia con la sociedad y las fuerzas del mercado. Y en esta correlación de poderes, el poder social (con participación efectiva de la sociedad) es absolutamente fundamental y decisivo.Hablamos, por lo tanto, desde una perspectiva con condiciones más avanzadas de libertad y democracia, que no se confunde con una conducta de nuestros problemas centrados en el Estado.

El contexto actual de una crisis recrudecida expone claves fundamentales para la comprensión de la condición socio-espacial contemporánea, con matices políticos a los que prestar atención. Esto repercute en el estado ontológico del ser en su relación metabólica con el medio ambiente (entendida aquí más allá de una connotación estrictamente ambientalista).

Recordemos que el mundo contemporáneo revela como una de sus principales características un estado de movimientos continuos y movilidad poblacional superpuesta, que favorecen la creación de escenarios y atmósferas de turbulencias, tensiones de diversos matices, discriminación e intolerancia, miedo y estrés, potenciando las psicopatías. Sin embargo, también de cooperación y ayuda mutua, reinvenciones e incluso reencanto de temas vaciados de significado. Sobre este último aspecto, más concretamente, es plausible pensar en las tendencias mismas del mundo del trabajo. Sin duda, el trabajo contemporáneo implica una gran cantidad de precarios, que están resurgiendo bajo los flujos de entrada de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, entendemos que esto no se presenta como una calle de sentido único o algo demasiado rígido que no pueda ser modificado política y técnicamente por las fuerzas sociales, con el fin de adquirir características más dignas y deseables, no limitándose a una condición de pérdidas y precariedad. En el contexto de esta totalidad contradictoria, con tendencias y procesos potenciados por la pandemia del coronavirus, los lugares se constituyen como espacios de pertenencia, identificación, relacionalidad y sinergias, incluyendo el fortalecimiento sobre los impactos de la crisis; pero, al mismo tiempo, y por el contrario, como espacios de repulsa, topofobia y efímeras relacionales, desprovistos de vínculos de valor entre el ser y el entorno.

Como hemos visto, en las circunstancias contemporáneas el Estado ha perdido en gran medida su antiguo poder, capturado por fuerzas o agentes globales y supraestatales, cuya acción tiene lugar en un denso entorno de flujos de red en relación con el cual el control político efectivo es prácticamente inviable. “Es la política crónicamente acosada por el déficit de poder (y por lo tanto también de la coacción) la que enfrenta el desafío de los poderes emancipados de control político” (BAUMAN; BORDONI, 2016).Se trata, por tanto, de una disociación entre poder y política y, por tanto, de un cierto vacío normativo en cuanto a las opciones procedimentales más adecuadas para el tratamiento de los problemas demandados, revelando a menudo una gran incapacidad en las opciones y planteamientos más adecuados. Aquí se puede movilizar, por ejemplo, actitudes aturdidas e incluso equivocadas de los gobiernos en el caso de combatir el nuevo coronavirus.

Ante un panorama sociocultural hecho mucho más complejo en nuestros tiempos, a menudo se sitúan problemas y debilidades de la gestión política de este proceso; especialmente en el caso de flujos de población ilegales o clandestinos, a menudo se producen tensiones y problemas de sociabilidad, integración y asimilación de las poblaciones migrantes en las sociedades de los países receptores; a menudo implicando acciones de interdicción y represión contra ellos. Esto se traduce en una paradoja de la globalización contemporánea, en la que al dinero se le da una gran libertad de movimiento/fluidez, pero no hay contraparte para la libre circulación de personas, especialmente los flujos migratorios internacionales.

El mundo y los lugares se están convirtiendo así en áreas socioespaciales de creciente movilidad, con condiciones para su transformación. Además de los cambios en curso en el mundo del trabajo, también se puede señalar la expansión de situaciones que amenazan la vida de importantes contingentes de población, hoy en día en el mundo, como los movimientos clandestinos internacionales y su condición de enorme vulnerabilidad, como los refugiados y migrantes ilegales.

Así, la atmósfera socioespacial contemporánea se caracteriza por una fluctuación efectiva, ya sea por motivaciones voluntarias o involuntarias, pacíficas o violentas. Asimismo, debido a la prevalencia de un estado de “nomadismo existencial” y la formación de una “nueva coreografía social” (MAFFESOLI, 2007, p.15 y 40). Las nuevas tecnologías de la comunicación y los más diversos medios de movilidad espacial de personas y mercancías desempeñan un papel clave en estas expresiones. Sin embargo, esta nueva coreografía social no necesariamente apunta a algún objetivo a largo plazo o forma de proyecto político o existencial (MAFESOLLI, 2007, p.43), mostrándose, más específicamente, como una diversidad de experiencias cotidianas de localización de la actualidad. Demarcaron una estrecha relación con la condición de “ser” en el mundo, incluso si pueden ocurrir de una manera inestable y cambiante. Esto nos lleva a perceit ellos en un sentido más amplio y abarcador, distanciándonos de la rigidez de las clasificaciones nominales. Ontológicamente, se situarían en el universo de las relaciones de pertenencia y participación en situaciones vividas en la vida cotidiana, capilarizándose en la diversidad del cuerpo social y de los lugares.

Con los rápidos avances de la globalización, se potencia la conectividad entre los lugares del mundo, ya sea física o inmaterial, de la misma manera que las desigualdades, dadas por la lógica selectiva y contradictoria que preside su realización en los territorios, estableciendo temporalidades diferenciales, hegemónicas y no hegemónicas. Las condiciones de vida y las formas que asumen en los lugares, reflejan, en gran medida, determinaciones y condicionamientos de esta compleja y marcadamente diferencial composición terporospatial. Estamos, en todo momento, bajo las interferencias del entorno sociocultural y “natural”, bajo la variabilidad, por tanto, de los flujos de entrada de nuestro tiempo y de los contextos socio-espaciales de la experiencia.

Así, formamos parte de un entorno globalizado marcado por impresionantes avances científicos, especialmente en las últimas décadas, cuando las sociedades del mundo experimentan, a diario, la convergencia resificada de los acontecimientos de las diversas instancias culturales, económicas, políticas y sociales. Esta configuración abarca tanto situaciones de adaptación y cierta reinvención al plan de condiciones de vida, como dificultades/restricciones en cuanto a ajustes normativos de las instancias mencionadas, dándonos así el significado de una “crisis”, recrudeciente y magnificada por la pandemia de Covid-19. Dada su amplitud y complejidad, también se presentaría, a nuestro entender, como una crisis del propio proceso civilizador y, en este sentido, de la propia ontología moderna. Postulamos que ambas dimensiones se integran e interactúan bajo la condición socio-espacial que se anuncia en los tiempos actuales.

LA VIDA COTIDIANA Y LA “INVISIBILIDAD” SOCIAL

Como hemos visto, importantes transformaciones en las sociedades y en los lugares impregnan el mundo contemporáneo, que involucran, entre los aspectos mencionados, el problema de la desigualdad espacial y, de manera relacionada, la injusticia social. Tiene una estrecha relación con ellos la permanencia/renovación de procesos de explotación del trabajo y de los ingresos. En este contexto, nos llevamos a considerar que la creciente tecnogonización digital de las relaciones sociales y laborales, impulsada por la pandemia de Covid-19 debería acentuarlas, retrofentando el sistema.

Esta misma condición abarca, asimismo, virtualidades a otros caminos, no revelándose así como una calle de un solo sentido, marcada exclusiva o prominentemente por pérdidas y contratiempos. Lo que queremos destacar en este momento es una dimensión experimentada y compartida por muchos en niveles prácticos de realidad objetiva y análisis teórico, filosófico y político, en vista de los impactos en las condiciones de vida bajo esta crisis.

El dispositivo sistémico del poder global actual, establecido fundamentalmente por la comunión entre las corporaciones corporativas y las estructuras políticas gubernamentales, engendra condiciones y direcciones para que los proyectos de desarrollo nacional se conviertan en proyectos nacionales de los intereses de las poderosas empresas transnacionales, especialmente en los países periféricos del sistema mundial, con sus problemas históricos de explotación intensiva y extensiva de los recursos (y el caso brasileño es bastante emblemático cuando grupos de interés nacional, que han podido enriquecerse a costa del resto de sus poblaciones.

No queriendo restringir el significado de la crisis actual a un significado estrictamente económico, creemos que es importante considerar que esta crisis al establecer una gran cantidad de trabajo muerto en el sistema, con la oferta de bienes que exceden la demanda, restringió las condiciones a la reproducción del capital. Bajo vectores de devaluación de la crisis constituida, el capital se ve obligado a abrir nuevos frentes de valorización en el contexto de la reproducción del espacio. A grandes rasgos, este dispositivo reactivo, que ha dado lugar a diversos impactos en la forma y el contenido de la vida urbana, ha permitido sobre todo cierto apoyo al propio sistema. Así, el espacio urbano se convierte en un objeto privilegiado de los grandes negocios y empresas, con la gestión de las ciudades operando en el sentido de la mayor capitalización posible de los negocios. Tomemos, por ejemplo, la gran expansión del mercado inmobiliario y cómo ha servido a diversas operaciones territoriales que implican grandes aportaciones de capital financiero. Pero hay que destacar que todo el territorio se convierte en objeto de grandes intereses, incluyendo aquí el campo y su creciente explotación por parte de la agroindustria, ganando una cierta centralidad aumentando la demanda de alimentos, en un mundo cada vez más urbanizado. Y Brasil, una vez más, aparece en este contexto como un territorio de alta relevancia, volviéndose estratégico de esta manera, considerando su gran extensión espacial y diversas potencialidades. Y no por casualidad, países como China, entre otros, han incrementado sustancialmente sus inversiones en nuestro territorio y economía, operando en diferentes segmentos.

Esta condición de devaluación, con una retracción de las ganancias de capital y la tasa media de ganancia, impone a los agentes económicos la necesidad de “quemar” la gran masa de capital excedente, hasta que se establezcan condiciones más favorables para nuevas valoraciones. Por lo tanto, la acumulación hecha excesiva en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, sería responsable de estas retracciones, produciendo impactos robustos en el mercado laboral y en el apoyo de las propias empresas. En general, las empresas han buscado reducir sus costes y adoptar nuevas formas de gestión y organización del trabajo, entre otras medidas reactivas.

Estas transformaciones han llevado a un debilitamiento en las formas más tradicionales de organización del trabajo, al tiempo que han insuflado estrategias empresariales para lograr posiciones más competitivas en un mercado globalizado y con espacios de disputa cada vez más reducidos para las ganancias deseadas. De ahí que sea posible entender la expansión de las dificultades y contradicciones del sistema, con el Estado actuando menos como agente regulador del proceso y más como una especie de socio preferente de intereses corporativos o hegemónicos. Esto es aún más incisivo en las sociedades periféricas, marcadas, entre otros aspectos, por restricciones e irracionalidades en cuanto al desempeño de sus instituciones. Esto, sin duda, es la base de gran parte de sus problemas estructurales, y hay que añadir el problema relacionado que representa la corrupción y su multiplicación.

Brasil, más específicamente, revela una ambigüedad incisiva y paradójica, en la que la crisis alcanzó proporciones muy preocupantes ya que la ilícita y la corrupción han logrado funcionalidades sistémicas y estructurales, teniendo su núcleo en el propio aparato estatal, dando un fuerte impulso a la escalada de la cleptocracia en el país. El encuentro estratégico entre la política partidista y el apoyo financiero corporativo a las campañas, con un fuerte uso de las estructuras mediáticas con fines electorales, señala un punto de inflexión hacia la democracia en su territorio, causando un daño sustancial. Esto también afecta a las verdaderas intenciones de promover el desarrollo real, especialmente a los segmentos más empobrecidos de la población. Estos aspectos, sin duda, interfieren y condicionan el proceso social, dando impulso a las transformaciones en las formas de vida y existencia, en las formas de ser y estar en lugares, influyendo en nuevas espacialidades y formas de experimentar el tiempo y el mundo.

Bajo los impactos de la pandemia del coronavirus en la economía y en la vida cotidiana, en general, las transformaciones y readaptaciones a las nuevas condiciones parecen apuntar, entre otros aspectos, a la (re)valorización de la escala local a la realización de un sinfín de demandas/funciones, ya seande trabajo (home office), ocio,entretenimiento, estudios, etc.

Esto no significa, sin embargo, rupturas o contratiempos en el sistema de comunicación global, que tiende a ser cada vez más amplio y sofisticado, sino más propiamente el reaprendizaje y la experimentación en torno a deformaciones situacionales que se apropian del espacio-tiempo actual, lo que implica el significado de una pedagogía existencial para la crisis. Estas situaciones socio-espaciales son erigidas por los propios actores (sujetos sociales involucrados), de abajo hacia arriba. Esto apunta a la condición político-existencial en la que la política, como señalamos, gira más en torno a las personas (entidades concretas) que al Estado (genérico y abstracto), en un movimiento de abajo hacia arriba. Tenemos que estas prácticas de carácter autoorganizativo conllevan potencialidades auspiciosas en la confrontación diaria de problemas y demandas sociales, favoreciendo la constitución de lo que puede describirse como formas de vida territoriales, más enriquecidas e influyentes.

Bajo el desarrollo de la crisis actual, avanza una lógica que se interioriza en el cuerpo social y prácticamente se naturaliza en los espíritus de las personas; una lógica que opera para el mayor rendimiento posible, imprimiendo nuevos matices al mundo relacional y laboral, por lo tanto, también en el espacio y en la vida cotidiana.

Junto a las estructuras y condiciones compresivo-restrictivas de las relaciones sociales, aliadas a la propagación del miedo, la inseguridad y la imprevisibilidad sobre el curso de los acontecimientos, avanzan las alienaciones y los malentendidos procedimentales en relación con el sentido teleológico y las dimensiones de la realidad.

Con la pandemia de coronavirus y el aislamiento social resultante, la percepción del tiempo sufre cambios, restando la noción de los cambios en la rutina de vida. Las variaciones en la duración del tiempo bajo esta condición se han producido tanto en el sentido de que el tiempo ha ido tardando en pasar, como en que se está produciendo más rápido, considerando las particularidades de las agendas internas y externas de cada uno. La sensación de distorsión temporal, para la que la modalidad de trabajo remoto, que se está diseccionando ampliamente a través de la sociedad, ha representado aumentos sustanciales en la jornada laboral. En esta condición muchas personas están siendo conducida a permanecer diariamente conectadas a internet, necesitando trabajar los fines de semana y días festivos, viendo sus espacios de vida familiar transformados en verdaderas extensiones de las empresas e instituciones en las que trabajan.

Por lo tanto, hay señales y evidencias de excesos con respecto al tiempo de dedicación al trabajo y las condiciones de su realización en este contexto, en una sociedad en la que el “performance” se ha ido afirmando como un nuevo paradigma (HAN, 2017). Esto nos lleva al crecimiento de problemas de salud mental y física de las personas, agravando así las situaciones adversas existentes, dando un fuerte impulso a las “enfermedades neuronales” (HAN, 2017, p.20), como la depresión, el síndrome de Burnout, el TDAH, etc. Tales patologías están estrechamente vinculadas a la condición en la que las personas se transforman (y se someten) por las crecientes demandas de rendimiento y producción. Se convierten así en “empresarios de sí mismos”, bajo el imperativo de una lógica marcada por el deber de aumentar los niveles de productividad, que conduce a enfermedades, por presiones de rendimiento (Ídem, p.23 y 27).

El exceso de trabajo y el rendimiento se agudizan en la autoexploración. Esto es más eficiente que una exploración del otro, porque va de la mano con la sensación de libertad. El explorador es al mismo tiempo el explotado. Ya no se puede distinguir agresor y víctima. Esta autorreferencialidad genera una libertad paradójica que, debido a las estructuras coercitivas inherentes a la misma, se convierte en violencia. Las enfermedades psíquicas de la sociedad performance son precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica (HAN, 2017, p.30).

En este sentido, podemos ver el dispositivo que se ha adoptado de manera ascendente por parte de las empresas, de fijar el trabajo bajo el objetivo de resultados, incluso en las circunstancias impactantes de la pandemia, como se observa en el trabajo de jueces, gerentes de bancos, empleados de telemarketing, etc. Lo que ha ejercido compresiones y provocado situaciones de agotamiento y corrosión psíquica a segmentos sociales grandes y diferenciados , en diversos sectores de la economía. Y en tiempos en los que los niveles de inmunidad orgánica necesitan aumentar más, dados los riesgos de contagio del coronavirus, este escenario de trabajo estresante e inestable causa preocupaciones y preguntas. Además, también hay que considerar el problema del aumento sustancial del desempleo que ha venido provocando la pandemia, reduciendo la desigualdad social en el país y la pobreza.

El hombre puede estar sujeto a una condición similar a la esclavitud, tal vez una variante de ella…, a ritmos e intensidades inconscientes y aparentemente desordenadas, influyendo en diversas perturbaciones de la salud de su cuerpo y espíritu, arrojándolo a los laberintos de la enfermedad diaria.

Por lo tanto, es necesario preguntarse si sería posible vivir en un mundo menos resistente a las crisis, en el que las relaciones de tiempo ordinario no se aplicarían. Al respecto, Aldous Huxley señala, con agudeza, que:

La enfermedad modifica nuestro aparato perceptivo, y por lo tanto también el universo en el que vivimos. ¿Qué será lo más real, lo más cercano en sí mismo, percibido por Dios : el universo del hombre sano, o el enfermo? Es imposible responder con seguridad. El hombre sano tiene la mayoría para sí mismo. Pero vox populi no es el vox Dei. Para fines prácticos y sociales, el universo normal es sin duda el más cómodo que podemos habitar; pero la conveniencia no es en absoluto una medida de la verdad. El hombre sano conduce a una gran desventaja de no ser desinteresado. Para él, el mundo es un lugar donde hay que progresar, un lugar donde solo sobreviven los más aptos. Le guste o no, tiene que enfrentarse al aspecto utilitario de las cosas. La enfermedad aleja al hombre del campo de batalla, donde continúa la lucha por la vida, y lo transporta a una región de desprendimiento biológico; llega a ver algo más allá de lo simplemente útil (HUXLEY, 1968, p.29-30).

Se puede inferir que la dialéctica entre conciencia y voluntad, bajo una atmósfera de pandemia y miedo, se aparta de los intereses y utilidades, o tal vez de los intereses utilitarios, adquiriendo extensión temporal y permanencia.En el estado actual de crisis-enfermedad, la aprehensión y el miedo se instalan en la vida cotidiana, nos llevaría a un cierto desapego del espíritu de la “realidad utilitaria”, permitiendo “percibir, o crear por sí mismo, otra realidad, menos superficial y sesgada que la realidad cotidiana, normal y utilitaria” (HUXLEY, 1968, p.30).

Posicionándose plenamente en defensa de la vida, especialmente “como se manifiesta en la salud de nuestro propio cuerpo”, el geógrafo sino-estadounidense Yi-Fu Tuan afirma que “la integridad del cuerpo es la base de nuestro sentido de orden e integridad. Cuando nos enfermamos, también parece que lo mismo ocurre con el mundo” (2005, p.139).

En un escenario de miedo y ansiedad al que estamos sometidos en estos tiempos de pandemia, con trayectorias de la enfermedad aún algo erráticas, nos enfrentamos a un espectro de otras ansiedades que impregnan la esfera contemporánea de la vida cotidiana, guiando nuestras atenciones “a la hostilidad del mundo” (TUAM, 2005, p.140-141). Esta perspectiva se identifica con una idea fuerte y imperante a lo largo de la historia, desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, refiriéndose, en las estructuras del pensamiento, a las influencias que el “entorno” ejerce o puede ejercer sobre nuestras vidas. Medio ambiente, según Tuan, entendido como “un término amplio que incluye estrellas en un extremo de la escala y, en el otro, ubicaciones geográficas específicas” (2005, p.153).

Esto abre preguntas y reflexiones en torno a las posibilidades -que integran la estructura del ser- a la vida y existencia humanas, en su metabolismo permanente con el medio ambiente. Esto, sin embargo, encuentra el límite que representa la muerte misma, que revoca inexorablemente el repertorio de todos los demás. En este contexto, los sucesos pueden considerarse bajo el sentido de desconexiones a estándares o estándares preestablecidos. Operarían ciertos “desplazamientos” de modos y situaciones de vida, hasta ahora existentes, para otros, pero no necesariamente para imponer su fin, sino transformándolos o adaptándolos a la luz de las demandas que asumen el “primer plano”, especialmente las vinculadas más directamente a la supervivencia. Por lo tanto, estamos hablando de necesidades incisivas, que apuntan a una reorientación de la vida y, por tanto, de la cultura a la esfera de la economía, un ámbito en el que la supervivencia clama a gritos bajo los flujos de una crisis recrudeciente por la pandemia.

La vida cotidiana parece así deslizarse bajo las circunstancias de un sistema que parece reafirmar la imprevisibilidad del futuro e incluso del presente, engendrando incongruencias e incongruencias con la vida cualitativamente concebida. Las estrategias orientadas al control y sometamiento del tiempo y el espacio, por lo tanto, de la vida, se refinan cada vez más tecnológicamente y se fortalecen políticamente. Esto nos sitúa ante la posibilidad de convertirnos en seres bajo constante seguimiento y control, transformados en datos abstractos por el amplio auge y difusión de la lógica algorítmica y el uso de aplicaciones. Con este entendimiento, el historiador israelí Yuval N. Harari (2016) advierte de la posibilidad muy factible de convertirse en “seres irrelevantes”, desafiando esfuerzos orientados al bienestar de sociedades, grupos familiares y generaciones. Esta situación, si se constituye efectivamente, tendría el potencial de no sólo impactar, sino también promover transformaciones indeseables en las democracias existentes, generando una especie de asincronía entre la tecnología y la política, con la primera ocupando el primer plano.

Sin embargo, es plausible admitir no sólo una asimetría, propiamente, entre ellos, sino una articulación, y la política puede ser potenciada por los avances de la tecnología, experimentando, por qué no decirlo, incluso alguna forma de reinvención. Sin embargo, la percepción que avanza entre las sociedades es que los niveles de control y seguimiento sobre nuestras vidas están creciendo efectivamente, a un ritmo rápido, lo que, de hecho, es una fuente de gran preocupación, porque amenaza la libertad y la privacidad de las personas. Lo que nos dice la idea de un sistema totalitario, como imaginó George Orwel, en su libro “1984”.

En este contexto es plausible considerar un cierto retroceso o pérdida de intensidad de la política, que también se aplicaría a la propia creación teórica respecto a posibles rupturas y transformaciones de la existente. Sin embargo, también es perfectamente permisible pensar en el camino contrario, justo cuando las contradicciones se intensifican y el sentido de urgencia frente a las necesidades que claman por mayores proyecciones. Esto apunta a la sustitución de los términos en los que se sitúa la relación entre sociedad y naturaleza en el contexto de esta crisis que se ve agravada por la pandemia, que también se presenta como una crisis sanitaria y social de amplias proporciones. Y aquí, una vez más, el espacio se presenta como una dimensión fundamental de este proceso, exponiendo el agotamiento de los patrones hegemónicos en relación con su uso y apropiación, con aún mayor fuerza en los países periféricos del sistema mundial. Esto requiere, a nuestro entender, un profundo replanteamiento de la condición socio-espacial contemporánea, en la que el espacio se ha convertido predominantemente en una base para la reproducción del capital que de la promoción de la vida y la existencia humanas. Y todo nos lleva a creer que esta crisis durará más tiempo. Si esto realmente demuestra, y todo indica que sí, esta situación nos exigirá, como mínimo, la adopción de una especie de pedagogía existencial de crisis, en el sentido de aprender a vivir y vivir en una etapa crítica másprolongada.

Y un aspecto que nos parece de fundamental importancia en este contexto de crisis-enfermedad se refiere a la manipulación política de la pandemia de Covid-19, que, entre otros aspectos, opera como un instrumento de “invisibilidad” social, especialmente en relación con los segmentos más empobrecidos de la sociedad. Invisibilidad en el sentido de ser ignorado y ausente de la vida cotidiana, tanto en entornos urbanos como externos, como los pueblos y culturas tradicionales, como las poblaciones indígenas y las quilombolas. A nuestro entender se traduciría en la subsunción de la lógica de la desigualdad socio-espacial a los poderes hegemónicos establecidos, en la que el ejercicio de la política de Estado se materializa con intereses corporativo-empresariales, especialmente grandes laboratorios de la industria droga-química. Se sabe que invierten muy poco en la prevención de enfermedades y la investigación que no pueden asegurarles ganancias sólidas. En cuanto a las ganancias, además, ya podemos percibir la enorme apreciación de las acciones de estas empresas en el mercado financiero.

Sin embargo, esta idea de “invisibilidad social” necesita ser relativizada, considerando, entre otros aspectos, la escala espacial en la que se trata. Y esto en la medida en que en los lugares donde las personas se ven afectadas y eventualmente mueren (especialmente en espacios periféricos, de poblaciones empobrecidas), no se presentarían adecuadamente como invisibles; al contrario, incluso, ya que son los más afectados. Por lo tanto, no necesariamente se encontrarían en una condición de invisibilidad, excepto en situaciones de “desconexión” efectiva o división social, como parecen ser los casos de las personas que viven prácticamente solas en ciudades, que, en términos cuantitativos, no son en absoluto despreciables.Hay muchas personas en esta condición, siendo este un eslabón más en la cadena de la profunda desigualdad de nuestra sociedad. Pero, aún así, cuando los casos se colocan en fuentes de mayor alcance, como en ciertos vehículos oficiales, lo que se percibe es la prevalencia de “números fríos” en relación con los sucesos, además de la subnotificación. Es como si no tuvieran existencia real, siendo reducidos por la estadística a la condición de seres abstractos, o tal vez “cosas”.

Esto nos lleva ineludiblemente a reflexionar sobre la expansión de la fetichización de las relaciones sociales, más específicamente en la transformación de los casos de enfermedad y muerte de la pandemia en expresiones objeto, vaciándolas así del drama social que conllevan. Y esto nos parece muy preocupante, ya que nos da pruebas de afirmarse en forma social contemporánea, aunque no de manera absoluta. Este rasgo es revelado por la naturalización/aceptación de esta condición, haciéndola algo común y común. Sin embargo, esta “co-ificación” de las relaciones sociales trasciende la situación de la pandemia; sin embargo, con él, está revelando gran parte de su extensión y profundidad. Esto nos antepone a la necesidad, intelectual y política, de deconstruir este horizonte “frío” y negligente, construyendo una mirada orientada a la dramatización de los números, para elevar la vida que esconden a un plano de relevancia, humanitario y socialmente considerado.

Esta situación implicaría también la constitución de un ambiente de psicosis informática, produciendo la sucesión de estados emocionales de euforia y disminución; situación, además, que se ve muy favorecida por la voluminosa, rápida y amplia difusión de información en torno a la pandemia (infodemia), que a menudo es falsa, incorrecta o dudosa, transmitida por fuentes de noticias no autorizadas y verificada por agencias de salud acreditadas. De ahí la formación de un ambiente adverso y preocupante de desinformación, ansiedad y pánico en la población, que potencia las condiciones de enfermedad física (incluida la del propio Covid-19) y psicoemocional, variables que muchas veces se asocian.

En esta atmósfera inusual, el marketing de la creencia en la autoridad médica y política, o quizás médico-política, juega un papel persuasivo poderoso. Tal creencia, inculcada en las mentes por el amplio y extenso aparato mediático disponible, poco o casi nada es impugnado o cuestionado, con la excepción de voces disonantes más calificadas de la sociedad que se manifiestan aquí y allá. Estos, por no contar con los apoyos de la narrativa hegemónica, aparecen como una oposición incómoda y minoritaria. Sin embargo, esta narrativa “oficial” y “autorizada” no es unívoca y consensuada, con puntos de vista distintos e incluso antagónicos-discordantes sobre la pandemia y los procedimientos para abordar y actuar para combatirla. Además, tenemos el problema indigerible y recurrente de la mala gestión de los recursos de salud pública, la insuficiencia de evaluación y diagnóstico de las situaciones socioespaciales de la enfermedad y la subnotificación de casos, especialmente en áreas urbanas marcadas por la pobreza, conocidas por ser puntos críticos de la enfermedad. contaminación aguda por el virus.

En este sentido, nos encontramos ante un escenario de conspicuo resurgimiento de la reproducción social, que, vale la pena recordar, juega un papel central en el funcionamiento del sistema socioeconómico. Bajo la dinámica de la pandemia y los compromisos que se le imponen, que implican una fuerte retracción de las cadenas de consumo y generación de valor y muchas pérdidas humanas, incluso pueden llegar situaciones imprevistas en el propio sistema. Las devaluaciones sistémicas ya están ocurriendo, y dependiendo de la duración de la pandemia lo más probable es que se vuelvan aún mayores. Y cada vez se pide más al Estado que actúe para contener un posible colapso. Esto, irónicamente, está en el contracon de posiciones en boga de defensa del estado mínimo en la economía. Habiendo adquirido una profusa difusión en subjetividades a través del espectacular dispositivo mediático de nuestro tiempo, esta perspectiva fue constantiada como una nueva razón en el cuerpo social. La rapidez, la competitividad sanitiza y el consumo desenfrenado son sus componentes fundamentales. Sin embargo, muestra que se encuentra en un punto de inflexión, siendo cuestionado y sometido a prueba por las condiciones actuales y circunstancias de funcionamiento del sistema bajo la pandemia.

Por lo tanto, los flujos de entrada de Covid-9 inician desafíos precisamente en el contexto de la reproducción social y sus estructuras básicas. Esto impone ineludiblemente debilidades y preguntas al consumismo imperante, cubriendo la escala muy temporal de su realización, es decir, señalando su reducción. Bajo esta condición, la vida cotidiana se vuelve ampliamente permeada y condicionada por un sistema de comunicación ampliamente difundido, haciendo que la vida de las personas sea progresivamente monitoreada, interfiriendo incesantemente en la esfera existencial y, por lo tanto, en las formas de ser y estar en el mundo.

Los procesos expolios de un sistema económico-social que agoniza avanzan. Se amplían masas de personas consideradas “desechables” o “superfluas”, que, en los engranajes de la reproducción del capital, aún más críticas y perversas por la crisis en curso, buscan la supervivencia forzada en circuitos paralelo-inferiores de la economía. Ni siquiera la enfermedad y sus implicaciones adversas son capaces de detenerla. Esto ciertamente apunta a una condición de crecimiento aún más expandido y profundo de la desigualdad y la polarización socio-espacial, intensificando así las contradicciones estructurales de esta economía.

Los movimientos ampliados de personas en todo el mundo, con guiño a los flujos internacionales de migrantes, se producen bajo mayores riesgos y vulnerabilidades, tanto por la ausencia o insuficiencia de conocimientos en relación a los espacios de destino, como por la falta de vínculos sociales básicos en los mismos. Todo ello, articulado a condiciones de pobreza, baja escolaridad y vulnerabilidad socioambiental, establecen una doble compresión/coacción: la ignominia político-institucional que se les dispensa y, de manera relacionada, la condición de cierta “invisibilidad” e incluso “naturalización” de su condición, convirtiéndose en una especie de nebulosa superficial del drama que la impregna. Así, se revoca una mayor atención política y social a estas personas, especialmente a las más pobres, relegadas a un plano inferior, sociológico y geográficamente separado, como si quedaran relegadas al limbo de la historia.

También nos preguntamos si el recrudecimiento y la tan banalización de la violencia en los tiempos actuales, considerando aquí los impactos de la pandemia, no tendrían vínculos estrechos con esta situación. Lo entendemos. Asimismo, y de manera relacionada, con el avance y redimensionamiento de la alienación social, bajo una profusa tecnoificación de la vida cotidiana y las subjetividades. Lo que reavivar las preocupaciones sobre la alienación socioespacial, en medio de la percepción del avance de una narrativa que parece naturalizar, a la vez que obnubiliza el sufrimiento de los demás, insuflando posturas de indiferencia y compresión del sujeto, imprimiendo un rasgo de revocación. La idea de un malestar amplio y renovado en la sociedad, más acorralada, neurótica y paranoica, encontraría en este escenario, nos parece, su eslabón central.

En esta “nueva” condición socio-espacial en curso, los valores humanos esenciales pueden estar languideciendo, disminuyendo como pompas de jabón en el viento. Sin embargo, y de una manera aparentemente paradójica y distante desde perspectivas binarias, también señala virtualidades y expresiones continuas a reinvenciones reactivas a este estado de cosas, forjando y/o que puedan despertar experiencias socio-espaciales que puedan responder más adecuadamente a las demandas de las propias partes interesadas. Lo que lo pone en la agenda, quizás la clave del acercamiento y compresión de la forma social actual, que parece evolucionar bajo un sesgo de rasgo más autoorganizado, en estos tiempos de crisis recrudeciente. Señalaría un sentido más insinuante de comunidad entre las personas, especialmente en espacios más empobrecidos frente a mayores limitaciones, al mismo tiempo, y asociadamente, el de valorar la escala del lugar en el contexto de la vida cotidiana. Consideramos plausible considerar que la actual situación de crisis, alimentada por la pandemia del coronavirus, está aumentando la percepción de que la política debe girar más en torno a las personas que al Estado, a pesar de reconocer la importancia de esta institución en el tratamiento del tema. En este sentido, es razonable trabajar con la idea de que tales aspectos no solo apuntarían a la constitución de paisajes geográficos aún más diversos en todo el mundo, sino también por los lugares que les dan concreción, sino también a la posible formación de un nuevo estatus de la vida cotidiana.

CONSIDERACIONES FINALES

Esto se desprende claramente de la necesidad de ver al hombre y a la sociedad como algo no concluyente, inacabado o restringido a una condición o camino unidireccional, inerte en las condiciones imperantes, acomodado en estructuras de un determinado marco político, pedagógico y existencial. Se contempla la perspectiva de tomarlas como proyecto, es decir, como un campo de posibilidades factibles a partir de la actualidad, sin que se reduzcan a ellas, planteándose así prospectivamente. Lo que vale la pena decir son pensados y trabajados, subjetiva y objetivamente, en términos de lo que puede llegar a ser, a la luz de las demandas y necesidades imperativas del presente. Y esto no se confunde con una perspectiva marxista de poner en el futuro la resolución o redención de nuestros problemas, y ni siquiera invocar apoyos sobrehumanos para salvarnos y liberarnos de los problemas que nosotros mismos creamos. Esto se refiere a una visión más propiamente secular de los caminos y acciones para su logro. Desde luego, no pretende despreciar o ignorar la fe y las culturas religiosas a este respecto; pero llamar la atención sobre que los problemas creados por nosotros mismos necesitan ser enfrentados con una mayor dosis de realismo y sentido de la responsabilidad, solicitando niveles más avanzados de implicación y acciones prácticas, desde una perspectiva transformadora frente a lo socialmente deseado. De ahí la relevancia de prácticas más independientes que involucren más directamente a quienes se interesan por agendas más directamente relacionadas con las condiciones de vida. Y el contexto crítico en el que vivimos bajo la pandemia del coronavirus nos plantea demandas urgentes.

Ontológicamente, la condición de “estar en el mundo” en los tiempos actuales incluye tanto el significado de una vida espacialmente en movimiento e inquieta (que refleja, sobre todo, las nuevas e inestables formas transnacionales de producción y consumo, articuladas con la reproducción financiera del capital). ), y de una vida sometida a muchas interferencias de la tecnocracia. De ahí la incómoda situación en la que la vida se empequeñece repetidamente bajo los términos de la lógica compresiva y perturbadora de la reproducción del capital y la riqueza, que se redimensiona, como hemos visto, bajo los influjos de la pandemia del COVID-19.

Las estupendas transformaciones producidas en este contexto de crisis recrudecientes por la pandemia han llevado a una cierta expansión como de dispersión territorial de las escalas de interacción humana, multiplicando entornos desiguales y heterogéneos. En este contexto algo caleidoscópico se han ido forjando, por nuestra percepción, nuevas conformaciones de relacionalidad social, especialmente formas más marcadas por rasgos autoorganizacionales. Este escenario de emergencia ciertamente implica nuevas articulaciones entre los lugares y las personas, ganando una cierta proyección de la escala del lugar en el contexto de la vida cotidiana, bajo los flujos de entrada de la pandemia en curso.

Los entornos urbanos se vuelven más restrictivos y, al mismo tiempo, difusos en las condiciones de esta crisis ampliada. En este contexto, se puede observar un cierto fortalecimiento de los mecanismos de control y poder, pero también de fuerzas que buscan, de una u otra manera, forjar condiciones reactivas a este estado de cosas. Tenemos el entendimiento de que las fisuras se procesan en entornos urbanos bajo este sentido reactivo. Parece estar dibujando una especie de pedagogía existencial de la crisis, que da indicios de lograr una mayor extensividad temporal y geográfica. Esta pedagogía no solo parece implicar una mayor apreciación de la escala del lugar al plano de las relaciones más inmediatas de la vida cotidiana, bajo el sentido comunitario, quizás más avanzado debido a los impactos de la pandemia de Covid-19. La vida cotidiana en entornos urbanos evidencia estar orientada a un cierto reaprendizaje respecto a las condiciones de existencia y reproducción social, sometido a mayores niveles de tecnoestación comunicacional e inventiva.Recordemos, por tanto, que la urbanización expansiva de los tiempos actuales ha avanzado con el crecimiento de expresiones de precariedad de las condiciones de vida y hábitat urbano, lo que se evidencia, entre otros aspectos, por la suburbanización expresiva de nuestras ciudades, especialmente en los grandes centros. Esto nos da un escenario de mayor complejidad y heterogeneidad de las desigualdades socioespaciales. Dentro de las oposiciones que tienden a ser degradantes y tensas, cada vez más cercanas espacialmente, lo que se considera o se trata como subalterno, descuidado o “invisible”, revela sus dramas y rediseña la vida realmente existente, confiriendo concreción territorial a los números y las estadísticas. Las estrategias de planificación urbana y políticas públicas se vuelven aún más cuestionadas y cuestionadas, bajo el significado de una urgencia de reposicionar sus términos de realización, lo que requiere, entre otros expedientes, mecanismos de mayor proximidad y consulta socioterritorial. Esto requiere niveles más avanzados de democracia y libertad, bajo un sólido sentido de responsabilidad social y ambiental.

Esta perspectiva apunta a una reapropiación social de lugares que es prácticamente capaz de hacerlos más al gusto de sus usuarios y residentes. Y esta condición, más que antes, debería implicar cada vez más el uso generalizado de las tecnologías de la comunicación. Señala, en este sentido, una posible diversificación de formas de vida y relacionalidad, con inserciones/interacciones en un circuito político-relacional más expandido.

Una comprensión más profunda de esta crisis (y de sus trazos actuales y prospectivos) dependerá de teorías socioterritoriales más sensibles a los aspectos antes mencionados. Esto exige una mayor atención a lo que ocurre en la planta baja, dado que las personas, día a día, recrean condiciones más favorables para sus mundos de vida y existencia, forjando así posibles respuestas a necesidades insatisfechas.

No se pretende postular esa valorización (política, simbólica, etc.) del lugar representa o puede representar la solución de todos nuestros problemas, pero destacar que es una condición indispensable para la construcción de posibilidades socialmente más factibles y deseables para la vida de las personas.

No se puede perder de vista la dimensión dialéctica de este proceso, que se desplaza desde las perspectivas unívocas de la historia, que es una calle de sentido único, como se observa en relación con la perspectiva neoliberal. Los actores no hegemónicos, genérica y erróneamente considerados como “invisibles” o de “baja relevancia”, basados en nuevos recursos tecnológicos y estrategias de networking, pueden incluso forjar situaciones socioespaciales más visuales y virtuosas, con proyectos más coherentes con sus necesidades. Y esto no se confunde con una apuesta ciega por la tecnología como una especie de panacea a los dilemas de estas poblaciones, que, de hecho, están lejos de ser “invisibles”, especialmente en un país tan profundamente desigual como Brasil.

Como ya se sugiere en este estudio, Internet juega un papel fundamental en este proceso, dando un notable impulso a las modalidades de trabajo de carácter asociativo y colaborativo, que abarcan diversos sectores, como la industria, la comunicación, la educación, el entretenimiento, entre otros. En este universo, la organización cooperativa y colaborativa del trabajo, bajo el control de las propias partes interesadas, muestra signos auspiciosos de estar avanzando en aumento, apuntando a la constitución de formas de vida más deseables, incluso si se consideran los flujos de entrada de las condiciones adversas de la crisis actual. Adversidades, por cierto, que en muchas condiciones cambian.

Queda por ver si estos cambios serán capaces de conducir a transformaciones socioterritoriales fundamentales en un mundo complejo y en gran medida sujeto a la lógica del Estado y los intereses del mercado corporativo. El desarrollo desigual, recrudecida por los efectos nocivos de la pandemia de COVID-19, muestra ciertos signos de confrontación con la lógica de la globalización actual y, más específicamente, con la forma imperante de la relación entre la sociedad y la naturaleza.

Todo nos lleva a creer que hemos llegado a un nuevo punto de inflexión, un límite crítico que exige la condición ineludible de poner en primer plano la vida y la salud de las personas, nuestro proyecto social más grande y urgente.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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TUAM, Yi-Fu. Paisagens do medo. São Paulo: Editora da UNESP, 2005.

[1] Doctor en Geografía Humana por la Universidad de São Paulo.

Enviado: Febrero de 2021.

Aprobado: Abril de 2021.

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